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El Catoblepas, número 11, enero 2003
  El Catoblepasnúmero 11 • enero 2003 • página 14
polémica

La idea de progreso en Acanda González
o la dirección del viento indice de la polémica

José María Rodríguez «Zarpax»

Reseña crítica al progresismo de Jorge Luis Acanda González,
expuesto en su artículo del número 10 de El Catoblepas

«Común es a todos el pensar.» (Heráclito){1}
«Decir progresismo y progresismo barato es lo mismo.»{2}

El Sr. Jorge Luis Acanda González, en el número 10 de este nuestro El Catoblepas, nos expone el significado de lo que para él significa ser «progresista en materia de pensamiento».

Yo trataré por mi parte de exponer una pequeña crítica a su «progresismo», bajo la pena y amenaza de aparecer como conservador. Soy, acaso, de los que piensan que el pueblo debe creer en el progreso de igual forma a como es bueno que crea en cualquier otra idea rectora que ahorre gendarmes... pero El Catoblepas y sus posibles lectores, no es el pueblo.

1.

Dice Acanda que: «El pensamiento progresista ha de ser descosificador. Ha de desvelar la peculiar dimensión cultural de la hegemonía del poder contemporáneo.» Creo que todo pensamiento, en tanto que tal, puede desvelar cualquier cosa puesto a ello. Pero la voluntad mía, pongamos por caso, en tanto yo fuese conservador, de «ocultar la hegemonía del poder», cuando este poder es verdaderamente hegemónico, sólo puede llevarme al más puro irracionalismo, al no pensamiento, al «dis-pensar» (o a la mentira política como instrumento para el logro de un fin, dándose el supuesto, claro, de ser yo esa Hegemonía, o sea, el Príncipe). El ser, es perfecto en cuanto que es, al decir de Hegel; y si el poder es, no hemos pues de dispensarlo sino de pensarlo en cuanto tal poder.

No se trata por tanto de negar lo evidente del carácter histórico del pensamiento y de todo, sino de ver si en el ser fluido y mutable se halla entrañada alguna cosa parecida a esa perfectibilidad progresista de que nos habla Acanda. Se trataría de ver si todo ser procesual es o entra en la idea de progreso.

Ciertamente, como dice Acanda, «...El pensamiento ha de ser crítico, ha de pensarse a sí mismo, lo que significa pensar sus condiciones de posibilidad. Y ello implica pensar la realidad social de la que es parte constituyente.» Y como que también es parte constituyente de esa realidad social, de ese pensarse a sí mismo, la idea de «progreso» en Acanda, o en cualquiera, pasamos sin más a pensar en ello.

«Por lo cual hay que seguir a lo público: pues común es el que es público, pero, siendo la razón común, viven los más como teniendo un pensamiento privado suyo... Que para los que están despiertos hay un mundo u ordenación único y común o público, mientras que de los que están durmiendo cada uno se desvía a uno privado y suyo.» (Heráclito.)

Acanda cree que la crítica al progresismo (actual) es atacada «desde una conciencia filosófica 'posmoderna'». Y yo creo que esto ya nos mete de lleno en la mismísima nomenclatura postmodernista. Pero esto es lo de menos.

Si comenzamos negando la raíz de todo progresismo, negando «la visión lineal y ascendente de la historia que no pocas veces ha sido vehiculizada en la idea de progreso» (Acanda)... entonces nos quedamos sin nada de qué hablar y sin nada qué criticar; pues es en esa raíz religiosa, irracional o burguesa, donde podemos hallar el meollo de la cuestión. De lo que se trataría es de saber si «los procesos» en tanto procesos, son ciegos o contingentes, o por el contrario responden a un destino fatal (como todo destino), a un determinismo sin contingencia que nos aboca irremediablemente hacia la perfectibilidad infinita (de algunas figuras eminentes de la Ilustración), en la que parece creer todo buen progresista. Claro que ese mundo «más humano», conlleva en sí mismo una homonculación escatológica, muy parecida a ese «homohomo» del Imperio de Negri, el cual me recuerda la basta teleología, o mejor, teología, del Alfa y el Omega de Teilhard de Chardin (su Fenómeno Humano) y todo el biblismo acorde con las concepciones sobre la Parusía y la Redención de los Tiempos. La aceptación de un determinismo sin finalismo, sin el «árbol de la vida» (ese árbol vertical que va de lo más rudo y bruto hasta lo «más humano»), que niega que los «procesos» nos lleven desde el Homo Antecessor hasta el Homohomo de Negri o hasta el Homo Sapiens, mete en un brete a las ideas mismas de progreso y de perfectibilidad. El decurso propio del progreso como idea es visto a posteriori dando lugar al pensar teleológico, finalístico. Es un destino invertido. Del conocimiento de que todo efecto actual necesariamente ha de tener una causa pasada (más bien una multiplicidad de ellas), no es legítimo deducir del actual presente ninguna perfectibilidad futura. Al ser la contingencia salvada...se escamotea el hecho claro de que todo puede ir a peor. Como Schopenhauer, el determinismo no finalístico lo ignora todo respecto a la mejorabilidad, es pesimista y cree que «el día de hoy es malo, y el de mañana peor... hasta que llega el último, que es el peor de todos».

Y todo esto, hemos de decirlo, no tiene nada que ver con la supuesta apología del status quo del presente político ni con una defensa de las opresiones presentes. Sólo tiene que ver con la idea cándida y con la visión ingenua (doxológica) de ese «mundo más humano»; con la crítica a esas ideas, como si lo humano de ahora fuese «inhumano», cómo si esta humanidad –tan im-perfecta, tan in-fecta– hubiese de ser la contraposición dicotómica a una humanidad exenta y divina o en «proceso» de alcanzar por sí misma un fin excelso, mejorado.

Soy, creo, consciente del asunto de la «razón instrumental» de Horkheimer. No se trata por tanto de justificar nada ni de reducir el mundo político, que es teleológico por necesidad, dado su esencial particularismo o egoísmo, al mundo físico o al mundo o a parte de él, tratado por las llamadas ciencias naturales. El no ser ni ultrapositivistas ni ultrapragmáticos no debe hacernos olvidar la terrenalidad nuestra, ni lo «fáctico» ni lo empírico, ni lo positivo, ni lo real deben ser olvidados... Aquí el idealismo de Acanda estriba en «pensar sobre el pensar», como «autorreflexión». Mirarse el ombligo al decir de Unamuno, ...aquí pensar no es «pensar contra otros»... sino esa «autorreflexión» del Yo... o del Único (San Max Stirner), consigo mismo.

Por ello, la muy legítima lucha por «un mundo mejor» (como dice Acanda) sólo puede significar racionalmente la lucha de una parte por salir de la opresión que padece a manos de la otra parte que la goza. Nunca llueve a gusto de todos. Pero entre parte y parte, entre clase y clase... ¡está el poder! no ya como institución, como poder establecido, sino como poder a secas, antropológico: que lo que importa es ver qué clase o grupo domina...a menos que Acanda crea que ninguna clase o grupo ha de dominar, cayendo así en el holismo de... totalidades indiscretas, indeterminadas, angelicales y no antropológicas, que por serlo, hacen de la llamada «humanidad» un todo compacto y homogéneo sin «contraposiciones binarias» (Negri) al estilo de aquella rancia Humanidad en Cristo ya acabada y con la dialéctica sobrepasada. Es el tomar la parte por el todo, «una parte que se presenta como si fuera el todo»{3}.

Porque el asunto no es saber si hay opresores y oprimidos... sino saber si ha de poder superarse realmente semejante asimetría... «modernista». Hasta ahora la realidad ha demostrado que a veces, las causas pasadas dieron peores efectos presentes, según la concepción de la perfectibilidad humana. Por ello, y cínicamente, cabe el preguntarse si no es indiferente el dominio de estos o aquellos o de aquellos y estos. Ante la dicotomía de amigo/enemigo el orden de los factores no altera la irrisión del producto: una «humanidad» en agonía siempre, en lucha consigo misma, parte contra parte, es decir: incorregible e inmejorable.

Yo también soy parte de los que sufren y son oprimidos... ¿Y eso? Y cita Gabriel Albiac lo siguiente de Ernesto Che Guevara: «El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.»{4} Y es que, como dice Vidal Peña, la idea de progreso es muchas veces encarada desde la libertad de la voluntad particular que puede llegar a considerar «lo mejor» como aquello que más le conviene a esa voluntad. Aquí, como de la libertad, podemos preguntarnos: ¿«progreso de quién» y «progreso para quién»?

Por tanto, nada de perfectibilidad podremos encontrar en el cambio de papeles de los actores de este drama. Es igual blanco que negro que negro y blanco. ¿O cabe tal vez pensar que es mejor el efecto futuro de estas causas solamente basándonos en nuestra toma de partido? El Che Guevara se equivocó en eso de «las limitaciones naturales del ser humano»; en esto no hay tales limitaciones. Todo es humano. Todo, incluso la idea burguesa de progreso, que conlleva, en el verdadero posmodernismo, la idea falsa de la superación de la asimetría, de la superación de la lucha de clases, y con ella, la superación del progreso particular dando paso a un progreso puramente metafísico, total, del Todo, que impoluto, perfecto, exento, sería algo así como aquella «integridad sustantiva de independencia... de una libertad que no se subordinaba a nuestros intereses» según creía Horkheimer{5}. ¡Como si tal cosa hubiese sido posible o sea posible en el futuro!

Pero lo que está claro, es que la voluntad del Che es un retroceso para su enemigo, y viceversa.

2. Pensar el Progreso

«Progreso significa cambio, pero en sentido positivo, de mejoramiento.» (Acanda)

«No entendiendo como un sólo día es igual a todos» (Heráclito)... Y para que a la postre seamos todos devorados con la hinchazón del Sol dentro de cuatro mil millones de años.

¿Mejoramiento? Al que le va bien nunca se queja. Fue aquello (las revoluciones burguesas) un puro retroceso de los monarcomanos, no hay duda. Fue un avance –según sus intereses particulares– para la burguesía... no hay duda. Pero la humanidad...lo que es la humanidad, en tanto idea sustancial que es (holótica), sigue siendo la misma: pura sustancia. Si nos atenemos a la forma política tendremos que decir con Muralt que aunque la forma cambie la materia sigue siendo la misma: en lo esencial el sufrimiento permanece... permanece o se incrementa por causa de la explosión demográfica. Hoy hay más pobres que nunca, pero también más ricos...aunque esto es entrar en la «cuantificación» propia de esa razón instrumental que Acanda critica.

¿Qué significa esta frase con que Acanda encabeza su punto 1? A mi modo de ver, también el cambio puede ser, y es a veces «negativo», pero lo «negativo» es, según el pensamiento procesual de Heráclito, madre de lo positivo, con lo que tendríamos en muchos casos, que el retroceso es a veces progresivo. El sentido positivo, «de mejoramiento», es ya en sí mismo una toma de partido, una reducción apologética de una parte al todo (¿mejor para quién?). Si entendemos por «mejoramiento» la cantidad mermada de sufrimiento, entramos de lleno en un campo indemostrable, de puras elucubraciones, ya que nunca podríamos saber si cualquiera otro cambio hubiera dado menos sufrimiento (aunque tampoco podamos saber nunca a que «cantidad de goce» hemos llegado). Tales hipótesis son innecesarias, como innecesario es el argumentar a posteriori que aquél cambio –de la monarquía absolutista hacia las democracias burguesas– ha sido el mejor de los cambios posibles, ya que en este sentido sólo podemos gozar –o sufrir– lo que tenemos. El reproche de Acanda hacia el ultrapositivismo, recae sobre sus propias espaldas desde el momento mismo en que cree que lo «mejor» es lo acontecido. Lo irrelevante aquí es lo perogrullesco. Eso que se ha «desplegado» como efecto de la potencia, sea ello lo que fuere, lo consideramos progreso cuando particularmente nos conviene. Al fruto le interesa, matándola, la flor de la que nace.

Acanda nos argumenta contra la idea de «progreso» vinculada a la técnica y a la cosificación y «reificación» de «los tiempos modernos» que se lleva a cabo a través de la «mercantilización» y del «desarrollo científico-técnico encaminado a la producción incesante de nuevos instrumentos cosificados de dominación». Defiende así una idea de progreso desvinculada del núcleo epistemológico que le dio origen. No vamos a negar que esa producción –como cualquier otra– fue y es un instrumento usado –como siempre–, por la clase dominante o el poder de turno; lo que trato de decir, es que al negar para el concepto o la idea de progreso esa patina burguesa, esa raíz suya, sólo nos queda el barniz de lo trascendente, de lo místico; en lo cual el mismo Horkheimer, aún y defendiéndose de ello, cae al pretender ver al individuo humano desvinculado de su clase o grupo social (cualidad –la humana– que excluye al individuo con una clase).{6}

Pues el reconocimiento de la subjetividad individual sólo es explicable, ciertamente, en un entorno intersubjetivo que sólo puede ser conocido en tanto nos aparece como objeto, bien a través del lenguaje (físico), bien a través de cualquier otra interrelación (física)... pero, ¡claro! Cuando esto no conviene acudimos al «espíritu».

Es a partir de aquí que Acanda González me deja por entero estupefacto. Tal es mi sorpresa cuando leo que para evitar caer en el «'deber ser' apriorístico, especulativo, voluntarista» que de la idea de progreso tiene la clásica razón utópica, acude a... «valorar al presente desde él mismo» (como si le fuese a alguien posible valorar el presente desde otro tiempo, pasado o futuro), y en esa valoración encuentra que... «Ello no implica 'presentismo', realismo chato. No se trata de entenderlo desde la absolutización de su apariencia empírica, sino desde la comprensión de la contradictoriedad de su esencia. Entender a la sociedad como resultado y producto de la actividad humana, plasmación por tanto de sus potencialidades positivas así como de las negativas.»

¿Pero esto no es la más pura aceptación del ser tal cual es? Aparte del juego lingüístico y del misterio de la «contradictoriedad de su esencia», ...ese «resultado y producto de la actividad humana», es llana y sencillamente lo que tenemos, pero explicado tautológicamente. También es vano que sobre la realidad (positiva, pues no hay otra) Acanda nos recomiende el «no situarnos fuera de ella, sino dentro de esa realidad.» Nos es de todo punto imposible hacer tal cosa, esto es: situarnos en la 'irrealidad'. Incluso el error y el engaño pertenecen por entero a esta realidad.

3. Pensar el pensar

Pensar que se piensa no es pensar, decía Unamuno, que también sabía que pensar, es pensar contra alguien. Pero lo último es aprender de Acanda que el «pensamiento es una forma de actividad espiritual que implica la producción de imágenes ideales, mediante los cuales los hombres intentan explicarse su realidad y a ellos mismos.» Más abajo, dice también Acanda: «El pensamiento es una forma de apropiación espiritual de la realidad» (El viejo Marx hubiera dicho, que la «apropiación espiritual» de la realidad de la plusvalía la quiere todo buen burgués en dinero contante y sonante, físico; en dinero primogenérico en lugar de esa «apropiación espiritual» segundogenérica)

Tales imprecisiones –no se como llamar a esto– sobre «el espíritu», me ponen en guardia sobre la posibilidad de encontrar en la idea de progreso en Acanda una verdadera base epistemológica, y no una mera opinión.

En primer lugar el pensamiento es una actividad mental, cerebral... y esa actividad física, primogenérica, que no tiene nada que ver con ese espíritu inexistente fuera de la cabeza de Acanda, produce las ideas... Además: hay ideas imposibles de ser imaginadas –como ocurre con la misma idea de «idea» (o con la idea de progreso que sólo se la puede «imaginar» el neoliberal de turno, como «progreso de su cuenta bancaria»)–. Acanda parece olvidarse aquí de que la explicación de la realidad y del hombre mismo solamente puede hacerse desde la imbricación buenista (y dialéctica) de los tres géneros de materialidad. Las ideas, no son solamente «un medio» para explicarnos la realidad. Son también parte de esa realidad... por eso me parece muy confuso, que, «el pensamiento lógico»... busque «reproducir la racionalidad de la realidad mediante la producción de instrumentos ideales» ¡al revés del todo!, como si esa realidad fuese en sí misma racional, como si la realidad tuviese al margen del hombre una racionalidad, un ente o mente racional intrínseco... El mito de las «Leyes Naturales» (¡pues de cierto que son naturales por ser leyes nuestras!) como otorgadas generosamente por nosotros a la Naturaleza, es también parte de esa racionalidad (bastante irracional) intrínseca al creacionismo bíblico (proveniente de la mente de Dios) que nos vincula a un destino ordenado a un fin: progreso y perfectibilidad se dan aquí la mano con el Orden predestinado, con la «racionalidad de la realidad», esto es: con la racionalidad de la Naturaleza, entendida como externa al hombre mismo, y ordenada, si no por el Ser Supremo... sí por una concatenación mística hacia un bello y bonito futuro (es el «despliegue como enajenación de una esencia» de que nos habla Vidal Peña{7}. Algo así como la explayación del Universo implicado de David Bohm o sus gotitas de tinta desarrollándose en volutas según el «Orden Total» suyo{8}. Yo lo hubiera explicado al revés: El pensamiento lógico (el cerebro) produce ideas para reproducir nuestra realidad, para conformárnosla: Tal cosa es la idea misma de «progreso», una producción mental de nuestra mera voluntad que no se contradice en tanto que idea, con el actual neodarwinismo en lo concerniente a la adaptación del sujeto a su medio... pero el hombre propone y Dios dispone. No porque lo apetezca nuestra voluntad, es verdadera la perfectibilidad del Mundo, ya que lo verdaderamente perfectible es únicamente el desarrollo a buen puerto de nuestro particular interés.

Y como es muy cierto que somos los creadores de nuestro propio mundo, a través de «las relaciones sociales (intersubjetivas y objetuales)» y que estas relaciones «son relaciones de producción y apropiación de la realidad» (Acanda), (cosa que se contradice flagrantemente con la apropiación del y por el «espíritu»???), es por ello también muy cierto que nuestra creación de la idea de progreso no tiene necesariamente que coincidir con la realidad...pues no toda la realidad es dominable por nosotros ni toda idea es verdadera. De igual manera como la idea de Paraíso o la idea de Socialismo han resultado un fiasco... de igual manera es un fiasco permanente la perfectibilidad que nunca llega y el progreso total que no llega a todos nunca. Tiempo y orden faltan también en la idea de progreso.

Lo característico de las ideas míticas es la imposibilidad de su falsación: siempre podremos decir que todo cambio es una mutación (¡sic!) que nos lleva un poquito más allá del atraso del pasado, una vez hemos conceptuado al pasado como «atraso» respecto a nosotros, respecto a nuestro particular interés. El bien Total está a la vuelta de la esquina, pero a la esquina nunca se llega.

El texto de Acanda me parece lleno de contradicciones:

«Pero en la realidad no existe una sola racionalidad, sino distintas racionalidades. Se ha de pensar como se relacionan estas racionalidades diversas, y cómo y por qué se articulan de un determinado modo que expresa la hegemonía de una sobre las demás.»

Aquí la idea de progreso al «pensar al pensamiento y pensar la realidad», se nos aparece como ideas varias, o variaciones de la idea de progreso según las «distintas racionalidades» ...la única y consecuente «interacción» que cabe sacar, pues, es la interacción amigo/enemigo que tan clara tiene el Che Guevara según la frase citada. La subsiguiente articulación únicamente posible, viene a ser la espúrea determinación de que es atraso todo aquello que contradice mi particular progreso. Ya el mismo Acanda nos dice que «un pensar progresista» se caracteriza «por el modo...y por la finalidad de su reflexión»; es decir: por el modo de pensar progresista, por la reflexión progresista, del progre, y por su ideologizada finalidad hacia la cual encamina si «intencionalidad». Y en eso estamos de acuerdo. Es por ello que el Che creía a buen seguro, que sus soldados gozaban de un 'odio progresista' enfrentados al «odio retrógrado» de los llamados imperialistas. Pura basura.

Al meterse de lleno en el posmodernismo de la mano de Foucault, Acanda acomoda a «la humanidad», reduce y aglutina a toda la humanidad a una de las partes de la dicotomía poder/impotencia (a la parte sin poder, a la parte impotente u oprimida) y dice:

«El propósito –(del pensar progresista)– no puede ser la utopía de sacudirse ese condicionamiento (el del poder), sino el de reflexionar sobre la legitimidad de ese poder específico en cuestión (Foucault: 131). Si ese poder condiciona o no, posibilita o no, una apropiación humana de la realidad.»

Con esto llegamos a lo que tenemos: que todo el que no tiene poder es inhumano, o que el poder es inhumano, indigno, y por tanto el poder no es nunca progresista –puesto que es «ilegitimo»(¡sic!)–. Pues es claro, según pienso, que el poder «condiciona» muy mucho la forma en que tenemos de apropiarnos la realidad; o dicho de otro modo: no «podemos» sin poder, apropiarnos de nada de nada, no podemos sin poder, apropiarnos de la realidad.

Acanda, para salir del brete en que se mete al tratar sobre el «pensar progresista», se ve forzado a malabarismos retóricos:

«El recurso al concepto de «humano» no implica la idea especulativa de retorno a una esencia prístina perdida, sino la concepción de una apropiación de la realidad puesta en función no de la reproducción de un objeto animado de una racionalidad hostil al hombre, sino del despliegue de su subjetividad. Aquí por 'humana' se entiende liberadora.»

Esa «racionalidad hostil al hombre», es, desde luego, la racionalidad del enemigo, de la parte contraria a la otra «humanidad liberadora», progresista, la cual es tomada –(como parte que es)– de nuevo por el todo, como la verdadera humanidad cuya esencia intima es su autodespliegue (¡subjetivo!, encima) hacia la perfectibilidad infinita. Maniqueísmo rancio y puro. Se supone racionalidad en los propios negándola a los extraños.

Y es que, según Acanda, al progresista se le divisa desde lejos con saber «en el modo en que piensa al poder y su relación con este»; es decir, por el modo voluntarista y unilateral de aquellos, que, como clase o grupo, no dominan y son por el contrario dominados por ese poder. Semejante progresía o progresismo cae así en la arbitrariedad más flagrante, que, al considerar al poder como ilegitimo, se abroga sobre sus castas espaldas la santa legitimidad, que da, de por sí misma, gratuitamente, la impotencia o el dis-poder. ¡Por el mero hecho de ser oprimidos se tiene razón!... ya que... «Un pensamiento progresista ha de ser contrahegemónico», ¡como si la hegemonía (recordemos a Gramsci) no fuese buscada con ahínco por la parte contraria al actual poder constituido o hegemónico!

Lo irracional o ideológico del Acanda que trato de explicar, radica y se ve en lo que pudieran ser deslices muy abruptos. Dice: «Un pensamiento progresista ha de ser contrahegemónico... asumiendo un sentido en la historia.»

Claro es. Ese «sentido» en la historia... es lo «oculto», lo aún no logrado, lo que se ha de desenvolver puesto que se le «cree» lo implicado aún no logrado. (Dejemos de lado el dogma que supone que ese pensamiento –para ser progresista– haya de ser «contrahegemónico»). El sentido de la historia, no es aquí el sentido que Acanda le quiere dar (pues que particularmente tiene todo el derecho a darle el sentido que guste), sino el sentido que la historia «posee» en sí misma y que por ahora está «enajenado», que no aparece ni puede explayarse debido a la «apropiación –(¡indebida!)– de la realidad basado en la instrumentalización del individuo y en la asimetría de las relaciones interpersonales». Cuando esa supuesta instrumentalización cese, ello dará paso al esplendoroso «florecimiento de la subjetividad» (¡como si esta subjetividad nuestra actual fuese una verdadera porquería!) Entonces pasaremos en un santiamén a la perfecta simetría de lo asimétrico (!).

Así es como la confusión sobre la idea de progreso (que, como confusa que es, es una falsa idea, una idea no verdadera, sin imbricación) permite a algunos el traslado inconsciente de su anhelo a un supuesto núcleo íntimo de la historia, dándole así ese «sentido» que supuestamente la historia tiene desde ahora... Cabe entonces preguntarse, si la historia tenía ya, tal y como elegante señora, ese «sentido» allá por la época de los Australopithecus Afariensis. Si esto no es así, que ese «sentido» de la historia no arranca del mítico Alfa, entonces tampoco tiende hacia el no menos mítico Omega. Si el «sentido» de la historia es puesto por el sujeto de ella, por los vencedores, entonces el progreso resulta ser únicamente una idea «para» la autocomplacencia en el resultado, en el presente, una idea utilitarista, de conveniencia... Esto que nos pone ante la paradoja de poder ver ese «sentido», no como progreso, sino como conservadurismo, como retro, y en esto nuestros progresistas no se diferenciarían mucho del resto de 'la humanidad'. Y si por el contrario, el «sentido» de la historia es puesto por los vencidos –por los progresistas, según Acanda–, entonces únicamente nos encontramos ante la traslación a los dominados de las ideas dominantes; esto es, ante una falsa consciencia, ante una consciencia ideologizada, o, lo que es lo mismo: ante una falta absoluta de ideas verdaderas.

En definitiva: se trata siempre del «despliegue de la enajenación de una esencia» (Vidal Peña) o de un conjunto de valores que se suponen a priori superiores a otros y que deciden a Acanda tomar un partido determinado en lugar de otro; valores de conveniencia y particulares «que califican la voluntad de ser progresista en materia de pensamiento»... Llegados hasta aquí, sin duda que también podemos –dada esa voluntad– optar por ser progresistas de igual modo a como pudiéramos optar en ser brujos o budistas o fascistas, por ejemplo. Podemos optar por cualquier paranormalidad si esas paranormalidades sacian nuestro apetito; pero lo que falta por demostrar no es la existencia voluntarista de la adscripción a cualquier nominalismo, sea el progresismo, sea el horoscopismo. Lo que falta por demostrar es que el progreso existe independientemente de nuestras cabezas, de nuestra voluntad, pues de no ser así, la cosa queda en la más pura impotencia a la hora de ver la idea de progreso como una idea verdadera, como un verdadero progreso al cual sea posible ver como verdad, intersubjetivamente como progreso verdadero, externo a nuestros vulgares y egoístas intereses.

Ya no entro en la exigencia con que se despide Acanda: que para ser progresista o pensar como progresista... se necesita «ser radicalmente humanista». Yo no se qué es eso del «humanismo radical», toda vez, que incluso para el partido progresista español era el «progreso» el desenvolvimiento de las leyes y de las ideas liberales, de las libertades públicas, con la libertad de propiedad inclusive, y atacando de «raíz» las formas proteccionistas y autárquicas. Lo contrario que para los presupuestos de Acanda. Por lo visto el progreso también se dice de infinitas maneras.

Dejo los aspectos varios sobre la idea de progreso en manos de Vidal Peña, en el número reseñado de El Basilisco. Insistir en ello sería muy repetitivo y vacuo. Allí, creo, es donde se debe de ir para lograr una mínima comprensión y para una mínima critica del concepto y la idea de progreso. Basta.

«Juguetes de niños las creencias humanas» (Heráclito)

Notas

{1} Heráclito, Razón común, Lucina, Zamora 1999.

{2} http://www.geocities.com/Athens/Academy/8509/Volt148.html

{3} Vidal Peña, en El Basilisco, 2ª época, nº 15, pág. 10.

{4} Citado por Gabriel Albiac, diario El Mundo, lunes, 16 de diciembre de 2002.

{5} Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, Trotta, Madrid 2002, pág. 78.

{6} Horkheimer, Op. cit., pág. 60.

{7} Vidal Peña, Op. cit., pág. 7.

{8} David Bohm y otros, El paradigma holográfico, Kairós, Barcelona 1987.

 

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