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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 10 • diciembre 2002 • página 21
polémica

Última respuesta a Atilana Guerrero indice de la polémica

Margarita Fernández García

Segunda intervención de la profesora Margarita Fernández en la polémica sobre el amor, suscitada por el artículo publicado por Tresguerres en el nº 2 de esta revista

Comienzo este segundo y último escrito a Atilana Guerrero, agradeciéndole su contestación e intentando aclarar algunas de las cuestiones suscitadas a partir de ella.

Iré por partes, procurando ser breve para no cansar al posible lector ni a mi interlocutora, y respondiendo a las críticas que hace la profesora en su artículo «Sin polémica y con sentido» (El Catoblepas, nº 9, noviembre 2002, pág. 17), dirigidas unas individualmente y otras de forma colectiva.

La primera de las cuestiones que analizaré se refiere al reproche, más que crítica, dirigido contra mi persona, pasaré, en segundo lugar, a tratar aquellas criticas en las que estoy involucrada junto al profesor Tresguerres, y, por último, intentaré matizar las ideas de Atilana Guerrero sobre la conferencia «La etología y sus implicaciones éticas» (El Catoblepas, nº 5, julio 2002, pág. 11) del profesor de Oviedo, pues me ha llamado mucho la atención la lectura que de ella hace la profesora y pienso que merece la pena ser tratada.

1

Parece algo contrariada Atilana Guerrero porque mi aportación a la polémica no venga a fortalecer su postura, sino más bien a ponerla en entredicho, y me recomienda que no dé tanto valor a la coherencia y me preocupe más de la verdad. Es éste un consejo que no pienso seguir por dos razones evidentes: primera, mi interés por la coherencia es una exigencia de mi congruencia interna, y segunda, me parece un juicio de intenciones el que Atilana Guerrero suponga que no me preocupo por la verdad de los temas que trato. Ésta es la única «crítica» individual que he recibido y pienso que con lo expuesto queda suficientemente respondida.

Pero, sin embargo, tengo algo que decir sobre la apología que del sinsentido hace la profesora al proponernos éste como finalidad última en una discusión. Considero una perdida de tiempo y neuronas la búsqueda del «sinsentido» por sí mismo, y más en una polémica que pretende ser seria. Nos dice la profesora Guerrero que nada mejor que ese sinsentido puede «esperarse de un diálogo en el que se demuestra que no se sabe cuál es la esencia del amor o de la amistad», y yo me siento en el deber de informarla que desde el primer artículo («Del Amor», El Catoblepas, nº 2, abril 2002, pág. 2) el profesor Tresguerres hizo una separación radical entre ambos términos como cosas bien diferenciadas, cuya definición, no de forma sistemática pero sí con rigor, fue matizando a lo largo de sus escritos. No puedo decir lo mismo de la profesora Guerrero, ya que la polémica parece haberse suscitado, en principio, por su negativa a considerar a eros y filia como dos cosas distintas, y, dado que para ella no hay distinción, consecuentemente no puede haber definición posible que capte la esencia de ambos términos. Pienso que el sinsentido de la profesora hunde sus raíces en este punto, y crece bajo las ramas de no dar su brazo a torcer ante la evidencia, buscando refugios en terceros, tergiversando las críticas que se le hacen o, simplemente, obviándolas como si nunca hubiesen existido. Ejemplo de esto último puede ser la ausencia de respuesta rigurosa a mi escrito,o el olvido, otro de sus múltiples olvidos, de la critica que le hace A. Tresguerres en su artículo «Nota final a un debate sobre el amor» (El Catoblepas, nº 8, octubre 2002, pág. 17), donde deja totalmente en entredicho la visión de la «dialéctica» del amor de A. Guerrero. ¿Vemos alguna réplica, alguna explicación, respuesta o rectificación por parte de la profesora? No, simplemente es otra de esas cuestiones que Atilana Guerrero desestima cuando no es capaz de sostener su argumentación inicial.

2

Nos dice la profesora que contra ella y al unísono se ha vertido una acusación de tipo erístico, es decir, de buscar la polémica por la polémica, sin otro sentido que el triunfo sobre el adversario pasando por encima de las exigencias de la verdad y utilizando todo tipo de sofismas. No hubiese sido yo tan dura con las palabras, pero, en modo alguno, me parecen desacertadas, ya que si me decidí a intervenir en la polémica fue ante el desconcierto que me producían las constantes contradicciones, omisiones y trucos utilizados por la profesora Guerrero, y este desconcierto fue el que me llevó a la pregunta, manifestada en mi escrito, sobre la posible finalidad que todo esto podía tener. Caben dos alternativas, la primera que dichas «infracciones dialécticas» se cometan a sabiendas y la segunda que se cometan sin saberlo; si la primera, entonces la acusación sería cierta, si la segunda, solo cabría decirle a la profesora que se tome algo más en serio su preparación dialéctica. La respuesta a este dilema no me va a quitar más tiempo, pero he de decir que la pregunta por la finalidad sigue estando ahí, intacta. Todo aquello que dije, lo sigo manteniendo, y lo mantengo porque está cimentado en la evidencia de los escritos de A. Guerrero, las contradicciones y olvidos que puse de manifiesto no son míos, sino de ella. Mi única labor fue sistematizarlos y presentarlos (no tanto ante los dos polemistas, cuanto ante el posible lector) de forma ordenada. Labor de hormiguita que realicé sin saber que lo que, en último término, perseguía Atilana Guerrero era el sinsentido... ¡Trabajo perdido!

Dice también la profesora de Córdoba que el diagnóstico de su postura como idealista y metafísica viene dada por su negativa «a considerar a la etología como fundamento último de explicación», postura en la que parece situarnos al profesor Tresguerres (sobre cuyo pensamiento hablaré más tarde como ya he dicho) y a mí. Tengo que decir que por lo que a mí respecta esta afirmación de A. Guerrero es totalmente gratuita: el tener en cuenta los fundamentos etológicos y las aportaciones que estos puedan tener en el estudio de la naturaleza humana, constituida además por otros múltiples factores, históricos, temporales, ambientales, culturales en fin, nada tiene que ver con una postura reduccionista como la que ella alude. Creo que en mi anterior escrito hablé no sólo de una base química en el enamoramiento, es decir, biológica, como la propuesta por H.L. Mencken, sino que añadí que esta base química estaba moldeada por otros factores fruto del aprendizaje, culturales en el más amplio sentido, como la teoría de Money sobre los mapas del amor. ¿Es esto reduccionismo etológico?... Lo dudo, pero en todo caso he de decir que señalé también mi ignorancia en cuanto a la importancia que unos y otros (factores biológicos y factores ambientales) tienen en la conducta de la persona, por lo que no creo que su acusación pueda ser mantenida en pie.

Le digo a la profesora Guerrero que no cabe refugiarse en que su postura es rechazada por no considerar a la etología como fuente última de explicación, pues nadie durante esta polémica ha optado por tal posición. Si se la ha tildado de idealista camuflada ha sido por otras razones que intentaré explicar brevemente. En primer lugar por su posicionamiento fundamentalista en el otro extremo, negando cualquier aportación proveniente de la etología para la explicación del ser humano, desvistiéndolo así de algo que le es esencial, a saber, su condición de animal, con todas las matizaciones que se quiera, pero animal, y presentándolo como un ente espiritual que no puede ser confundido (¿rebajado?) con el resto de seres existentes, pues lo ha despojado de todo lo que en común tiene con ellos. En segundo lugar por su defensa, que no intento de desmitificación, de la idea fuerza del amor, tan próxima a la de la Iglesia Católica, como ella misma aceptó, que la lleva a ver las relaciones sexuales lúdicas, sin ningún afán de compromiso y mucho menos de procreación, como algo pernicioso, y a postular, no sé si de forma inconsciente, el amor como único, eterno y verdadero. Digo que no sé si de forma inconsciente al ver el enojo que esto último parece causarle, pero que es la consecuencia inmediata de lo argumentado por A. Guerrero en sus artículos.

Utiliza la profesora Guerrero el desconsuelo descrito tras el fracaso amoroso para intentar, sin mucho éxito, probar la acusación de que tanto el profesor Tresguerres como yo partimos del «mito del amor eterno», único presupuesto desde el que se puede explicar, según dice, el error o la equivocación en el proceso de enamoramiento y por tanto también esa sensación de dolor interno ante la perdida de lo que amamos. ¿Puedo recordarle a la profesora que fue ella quien dijo que para evitar el error en el amor, y por tanto el sufrimiento que es consecuencia de este, era aconsejable no precipitarse en la elección? ¿No es esto lo mismo que afirmar que con la debida reflexión se puede llegar a la consecución de ese amor «maravilloso»? Parece ser que Atilana Guerrero confunde lo dicho por ella con lo defendido por los otros de una manera tan escandalosa que desvirtúa la polémica totalmente. Claro que he hablado de desconsuelo y de dolor ante la negativa del ser que amamos y que en consecuencia queremos poseer de alguna manera, casi todos hemos pasado por esta experiencia o, al menos, conocemos a personas que la han sufrido, pero no creo que nada de esto justifique una creencia subyacente en el mito del amor, ni alcanzo a comprender la relación que la profesora establece entre una y otra cosa.

Pero prosigamos en el análisis y detengámonos en el punto en el que la profesora Guerrero pone en nuestras bocas «que lo mejor para no sufrir es dedicarse a la misma actividad –suponemos que la afectivo-sexual– desenfadadamente, sustituyendo el ortograma de la monogamia vitalicia estricta por la monogamia pasajera». Es ésta, la de los gustos amorosos y formas de relación de otras personas, una cuestión en la que nunca osaría dar consejos, no llego a considerarme una Elena Francis, y si alguno hubiese de dar sería que aquello que se haga sea sin la precipitación que suele acompañar al proceso de enamoramiento. De todas formas me gustaría profundizar en los términos de monogamia vitalicia estricta y monogamia pasajera, pues pienso que no es del todo acertada esta catalogación. Lo de la monogamia vitalicia estricta parece ser más una excepción, muy en consonancia con una idealización del amor, que una realidad. De todas formas parece ser esta la postura que defiende A.Guerrero, y yo me pregunto si esa monogamia vitalicia estricta no es lo mismo que el amor eterno y único, eso sí, de forma estricta, palabra que me lleva siempre a pensar en una coerción.

Según Helen E. Ficher en su libro Anatomía del amor y basándose en el estudio realizado por Whyte en 1978 sobre un total ochocientas cincuenta y tres culturas, la monogamia, entendida como tenencia de un único cónyuge independientemente del sexo, es una práctica restringida al 16% de las culturas humanas, el resto, un 84% permiten la poligamia, sea ésta poliginia o, en menor medida, un 0'5%, poliandria. Además de esta restricción hay que añadir que la monogamia no implica fidelidad, ya que su significado es el de «condición, regla o costumbre de estar casado con una sola persona a la vez», lo que no nos lleva a concluir que los integrantes de la pareja sean sexualmente fieles entre sí. Miremos a nuestro alrededor y nos daremos cuenta de cuantas veces se rompe esa regla: relaciones de una noche, relaciones duraderas extramatrimoniales, prostíbulos... todo ello nos habla de la trasgresión de esa costumbre, trasgresión, que he de decir, se sanciona socialmente de forma distinta en virtud del sexo, siendo más dura si quien la trasgrede es una mujer que un hombre. En nuestra civilización, la occidental, la infidelidad es la primera causa de divorcio, pero esto tiene como consecuencia la formación de nuevas parejas que seguirán viviendo bajo los presupuestos monogámicos, unión con un solo cónyuge. Hablamos así de una monogamia reincidente o pasajera, término que tanto asusta a la profesora Guerrero, pero que parece estar asentado en nuestra sociedad, bien es cierto que de una manera bastante peculiar, dado que el individuo que practica el adulterio no quiere normalmente que éste transcienda. ¿Dónde queda la monogamia vitalicia estricta?... supongo que en algún pequeño sector, pero no podemos tomar a esta como la práctica más extendida.

Como punto final quiero insistir en que al realizar un análisis de este tipo no tiene nada que ver con aquello que me achaca la profesora de Córdoba, a saber, aconsejar un tipo u otro de relación.

3

En este apartado trataré sobre el comentario que Atilana Guerrero hace de la conferencia «La etología y sus implicaciones éticas» de Alfonso Tresguerres (El Catoblepas, nº 5, julio 2002, pág. 11), centrándome en dos puntos diferenciados, el primero de ellos referido a la forma y el segundo, al fondo. En cuanto al primero no sé si tildar de mala fe o de falta de ortodoxia la forma de citar de la profesora Guerrero, a quien no parece importarle nada fragmentar un párrafo y descontextualizarlo para aparentar «su verdad», y esto es lo que ha hecho en su cita de la conferencia. Que yo sepa un punto y seguido significa que se continúa con el mismo tema, que no hay ruptura en el hilo argumental de lo que se está diciendo, y que si propiciamos dicha ruptura podemos variar su contenido. Se incomoda la profesora de que se tache de erística su forma de argumentar, pero ciertamente lo es. Ésta acusación es lo suficientemente grave como para no ser justificada y para ello transcribo a continuación el párrafo íntegro, señalando en negrita la parte citada por Atilana Guerrero, donde podrá verse que el sentido de éste es radicalmente distinto al que quiere hacernos creer la profesora.

«Podríamos decir, en consecuencia, que la Ética, en la medida en que tiene como referencia al individuo en tanto que individuo, y, por extensión, a la familia e incluso al grupo, es el ámbito en el que cabe registrar la mayor proximidad entre la moralidad humana y el comportamiento animal. Tales normas de conducta, innatas unas, aprendidas otras, constituyen un aspecto del comportamiento moral del ser humano en el que la perspectiva etológica puede resultar de todo punto necesaria y pertinente. Pero desde el momento en que abandonamos ese contexto, la luz arrojada por el etólogo se hace cada vez más tenue, hasta desaparecer por completo. Esto sucede ya en el propio campo de la Ética. Las normas éticas presentan inicialmente dos características que pueden resultar aparentemente contradictorias: por un lado, son universales; mas por otro, su campo de aplicación es muy restringido. La restricción viene dada por el hecho de que el destinatario primero e inmediato de la norma ética es el individuo concreto que tengo a mi lado, o la familia, o todo lo más el grupo cuasifamiliar. Pero son universales, decimos, porque hay que suponerlas actuando en el seno de todas las familias o pequeños grupos humanos. Hasta aquí es hasta donde puede llegar la perspectiva etológica. Del paso siguiente ya nada puede decirse en términos biológicos.....». No continúo la trascripción del texto, mucho más largo, porque me parece innecesario y el lector puede acudir a la fuente, además queda ya suficientemente demostrado el ardid utilizado por la profesora

Dejando ya este punto referido a la forma de la crítica de Atilana Guerrero, que aunque nos dice mucho sobre su talante intelectual no quiero que sea el centro de mi análisis, atendamos al problema de fondo, mucho más importante, y que radica en la falta de comprensión por parte de la profesora de aquello que supongo ha leído. Y digo esto sin ironía, pues mi lectura de la conferencia del profesor Tresguerres me lleva a ver como surrealistas las conclusiones que parece inferir la profesora Guerrero, tal parece que hayamos leído textos diferentes. Pero vayamos parte por parte intentando deshacer los equívocos que ésta parece haber provocado.

Es patente que Atilana Guerrero confunde lo que Alfonso Tresguerres denomina ética subjetiva con una ética de tipo subjetivista que implicaría un relativismo moral desde el cual el profesor defendería su postura ante el amor, y así nos dice: «Todo esto tiene que ver con la polémica sobre el amor en la medida en que, de estar funcionando para mi polemista el concepto de «ética subjetiva» o «no trascendental», comprenderíamos por qué se puede amparar en la «selección natural» para justificar la estupidez o irracionalidad, o exigir que una concepción materialista entienda el «amor» como una emoción al servicio de la especie.»

Vemos que la profesora Guerrero parece no atender más que a aquello que le conviene. Cualquiera que haga una lectura de la citada conferencia se dará cuenta de ello, pues desde su inicio podemos ver como en todo momento se intentan demarcar los límites entre la moralidad y el etologismo, y también darnos cuenta de cómo desde una antropología filosófica seria es preciso tener en cuenta para el estudio del hombre, donde la moralidad es quizás una de las notas esenciales, el conocimiento que los etólogos puedan aportar. Dónde están los límites de esta aportación es el tema que se plantea en la conferencia.

En un breve resumen podemos decir que la línea de demarcación se encuentra en la distinción entre cultura subjetiva, que engloba aquellas conductas fruto del aprendizaje por medio de las cuales se busca la especialización para la supervivencia, y que pueden ser desarrolladas por el hombre y algunos otros animales, y cultura objetiva, es decir, creaciones materiales fruto de operaciones de individuos que son propias sólo del ser humano. La aportación de la etología tiene cabida dentro de la cultura subjetiva, pero muestra su incapacidad dentro de la cultura objetiva por su concepción cerrada del hombre como un ser ahistórico. Nos dice el profesor que el hombre fuera de esos procesos históricos que se dan en el ámbito de la cultura objetiva no es nada, y por ello el etologismo se muestra insuficiente en el campo de la moralidad que se da siempre dentro de un contexto social, histórico y político, es decir, dentro de la cultura objetiva.

Si aplicamos a esto la distinción materialista entre ética y moral tendremos:

1. La ética, entendida como relación que se establece entre individuos en tanto que individuos y por extensión a la familia y al grupo, contendría las características intragenéricas de la moralidad humana. Aquí nos encontramos con eso que el profesor Tresguerres ha dado en llamar «ética subjetiva», única parcela de la moralidad que puede ser estudiada por el etologismo, ya que se da en el ámbito de la cultura subjetiva. Sin embargo, y aún dentro del campo de la ética, el estudio etológico se revela ya como insuficiente, porque la ética en sentido trascendental, kantiano, es el resultado de la cultura objetiva. Se concluye así que solamente la ética no trascendental, subjetiva, que no subjetivista, cae de lleno dentro de las categorías biológicas, y es en este campo donde las aportaciones de la etología pueden y deben ser tenidas en cuenta.

2. La moral, relaciones ente individuos en tanto que ciudadanos insertos en un proceso histórico-político, es totalmente transgenérica, está ligada a la cultura objetiva y no puede ser estudiada desde presupuestos etológicos que no tienen en cuenta los parámetros culturales en los que ésta se produce.

¿Qué cabe decir tras esto de las acusaciones de la profesora Guerrero al profesor Tresguerres?... Supongo que lo más oportuno es guardar silencio, pues en mi fuero interno tengo la convicción de la profesora nunca admitirá su equivocación. Por mi parte nada más tengo que decir, salvo felicitar a Atilana Guerrero por su cita de Lenin, única parte de su artículo con la que estoy de acuerdo, y cuya recomendación pienso seguir.

Huelva, 22 de noviembre de 2002

 

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