Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 6 • agosto 2002 • página 16
Libros

De la leyenda negra a la leyenda indígena

Gustavo Bueno Sánchez

Al publicarse la edición en español del libro de David Stoll,
Rigoberta Menchú y la historia de todos los guatemaltecos pobres, Nódulo 2002

1982

Hace veinte años, a principios de 1982, entraba en imprenta el primer libro del antropólogo norteamericano David Stoll, ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina, fruto de una investigación comenzada en 1975 que cuajó en el estudio más riguroso sobre las actividades evangelizadoras de la organización Wycliffe de traductores de la Biblia. Precisamente acababa de fallecer Guillermo Cameron Townsend (1896-1982), el fundador tanto de la WBT como del ILV-SIL (ver Babel redivivo, o divide y vencerás). Inicia Stoll el segundo capítulo de ese libro con un relato de la que se presenta como primera insurrección dirigida por el Partido Comunista en América, en enero de 1932, tras el fraude electoral dispuesto por la dictadura militar en El Salvador: en el pueblo de Juayua se sublevaron los campesinos Pipil, mataron a un policía y al hombre más rico, saquearon tiendas y propiedades, y mantuvieron la bandera roja presidiendo el Ayuntamiento... hasta que fueron reducidos por el ejército. Fue testigo el reverendo norteamericano MacNaught, de la protestante Misión Centroamericana, que presenció el asesinato de muchos de sus conversos (al protestantismo desde el catolicismo) acusados de ser comunistas. Guillermo Townsend, que desde 1917 venía realizando su labor evangélica en Guatemala, impresionado por el relato de MacNaught, del que era supervisor, publicó por entregas una novela titulada Tolo, el hijo del volcán, «un cuento de indígenas y levantamiento en América Central», donde el protagonista, un traductor maya de la Biblia, se convierte en el libertador de su pueblo contra la opresión de las plantaciones, y logra frenar la revolución que prepara un bolchevique ruso. «El malvado ruso mata al evangelista, un volcán entra en erupción y los rebeldes supersticiosos [se supone que del Manifiesto Comunista, no de la Biblia] caen de rodillas.» Townsend sitúa en 1932 su encontronazo «ficción» con los comunistas, como los sucesos de El Salvador en los que se inspira, pero traslada la acción a la Guatemala en la que venía desarrollando su actividad. Escribió esa edificante historia entre 1934-1935, mientras daba sus primeros pasos como fundador del aparentemente neutro Instituto Lingüístico de Verano e introducía su obra de traducción bíblica en México: «encontramos, entonces, en la concepción misma del Instituto Lingüístico, el fantasma del comunismo en las Américas y la esperanza de que la Biblia lo exorcise.»

Hace veinte años, a principios de 1982, Rigoberta Menchú, una joven guatemalteca exiliada en México, forma parte de un grupo de miembros del Frente Popular 31 de Enero, dirigidos por el sindicalista Mazariegos, que visitan por Europa a los grupos de solidaridad. En París, una médico canadiense que vivía bajo el nombre de Marie Temblay pidió a Elisabeth Burgos que entrevistara para una revista a «una persona interesante». Así tomó contacto Rigoberta con una de las parejas con más solera revolucionaria del momento, la constituida por Elisabeth Burgos y Régis Debray. Elisabeth Burgos, procedente de una familia venezolana de clase alta, se había iniciado como activista luchando contra la dictadura de Pérez Jiménez, en 1958 se afilió al Partido Comunista y cinco años más tarde conoció a Régis Debray, que cubría como reportero la guerrilla comunista venezolana de entonces. Tuvieron que escaparse a Colombia y Ecuador, fueron arrestados en Perú, deportados a Chile, luego Bolivia... En enero de 1966 la pareja asistió a la famosa Conferencia Tricontinental de La Habana («Crear dos, tres... muchos Vietnam, es la consigna») y en Cuba recibieron entrenamiento militar. Luego vino Bolivia, la detención de Régis Debray, el asesinato del Che Guevara, la condena del intelectual francés a treinta años de prisión, la celebración formal del matrimonio entre ambos para tener derecho a visitarlo en la cárcel, y los tres años de campaña internacional que dieron como fruto su puesta en libertad. Después Elisabeth Burgos se trasladó a Chile, para colaborar en el proyecto de socialismo democrático de Salvador Allende, frustrado el 11 de septiembre de 1973... En 1982 Elisabeth Burgos vivía en París, criaba a su hija, preparaba su tesis doctoral y mantenía desde hacía muchos años relaciones con guatemaltecos.

Rigoberta acabó pasando una semana con Elisabeth en su apartamento parisino. Quedaron grabadas dieciocho horas y media de conversación y tras la partida de Rigoberta, Elisabeth Burgos transcribió las cintas en un manuscrito de casi quinientas páginas, ordenó los materiales en capítulos, omitió sus preguntas y lo dispuso como si fuera una narración continua. No estaba previsto inicialmente que de aquella entrevista para una revista saliera un libro, pues parece que la propia delegación guatemalteca no calculaba el potencial de su compañera: «La tenían cocinando en México, los mismos guatemaltecos no se interesaban por ella porque era indígena. Rigoberta Menchú estaba angustiada, no tenía la menor idea de dónde estaba...» Así nació el libro Me llamo Rigoberta Menchú, y así me nació la conciencia, publicado en Francia por Ediciones Gallimard y difundido en cientos de miles de ejemplares por todo el mundo y en todas las lenguas, sobre todo desde que en 1983 ganó el premio Casa de las Américas y fue publicado en La Habana.

La «leyenda negra», destilada durante siglos por los enemigos del imperio español católico, para beneficio de otros imperios o proyectos de imperio, muchas veces desde el fanatismo protestante, iba dejando paso a la «leyenda indígena» (sugiero al lector que siga el curso de estas transformaciones ideológicas a través de la historia de los Congresos Internacionales de Americanistas, que se iniciaron en 1875).

Todavía en 1998 la editorial Siglo XXI de México mantiene el siguiente texto al anunciar el libro de Elisabeth Burgos:

«Rigoberta aprendió el castellano con voluntad feroz por romper el silencio en el que viven los indios de América Latina. Se apropió del lenguaje del colonizador, no para integrarse a una historia que nunca la incluyó, sino para hacer valer, mediante la palabra, una cultura que es parte de esa historia. Me llamo Rigoberta Menchú, dice llanamente y en esa frase escueta se escucha la voz de todo un pueblo indígena que ha decidido liberarse. Sus palabras no son meramente de denuncia y de protesta. Son ante todo una enérgica afirmación de una manera de ser, de un derecho a ser lo que se es: una cultura específica, una comprensión del universo, una interacción con la naturaleza. La historia de Rigoberta hace eco a la historia de todas las comunidades indígenas de América Latina que han decidido arrebatarle la palabra al opresor.»

En 1982 la teología (católica) de la liberación tenía todavía que terminar de jugar su papel. El «diálogo» que en Europa habían iniciado cristianos y marxistas durante los años cincuenta, había ido evolucionando en los sesenta tras el Concilio Vaticano II y la que parecía imparable «revolución latinoamericana». Un papa polaco debía recoger los frutos: en 1983 Lech Walesa recibía por los servicios prestados el Premio Nobel de la Paz, y pocos años después, neutralizada ya la Unión Soviética, el propio Gorbachov (Premio Nobel también, por supuesto) seguiría diciendo tan contento: «Hoy podemos decir que todo lo que ha ocurrido en Europa Oriental no habría sucedido sin la presencia de este Papa. Hoy, que en la historia de Europa ha habido un viraje profundísimo, Juan Pablo II ha jugado –y juega en ello– un papel decisivo.»

1992

Hace diez años, en 1992, celebraron los países hispánicos el Quinto Centenario del Descubrimiento. España protagonizó en 1992 varios grandes acontecimientos, preparados durante años, que marcaron una renovación de su presencia internacional: la Exposición Universal de Sevilla (dedicada a los Descubrimientos), la XXV Olimpiada en Barcelona y las celebraciones del Quinto Centenario. Incluso pareció conveniente iniciar el proyecto de Cumbres Iberoamericanas un año antes, en 1991, y hacerlo además en Méjico, el país más receloso con España durante el franquismo, para asegurar el éxito de la II Cumbre en Madrid 1992, ciudad que ese año, además, fue Capital Europea de la Cultura. [Por cierto, en 1992 Burgos y Debray mantuvieron gran actividad en la Sevilla de la Expo: Elisabeth Burgos como directora del Instituto Francés de Sevilla, y Régis Debray como comisario del Pabellón de Francia en la Expo 92.]

¿Cómo aguar tantas celebraciones? ¿Cómo frenar la reconstrucción hispánica? Nada mejor que recordar la leyenda negra sirviéndose de la leyenda indígena. Parece que la ocurrencia surgió en el seno del Partido Socialista Italiano: había que lograr el Premio Nobel de la Paz para Rigoberta Menchú y precisamente en 1992. Nominada por el Premio Nobel argentino Adolfo Pérez Esquivel y por el Premio Nobel y obispo sudafricano Desmond Tutu, la candidatura de Rigoberta Menchú para el Premio Nobel de la Paz del año del Quinto Centenario se convirtió en una bandera para el indigenismo. En el Segundo Encuentro Continental sobre 500 años de Resistencia Indígena, Negra y Popular celebrado en octubre de 1991, Rigoberta era un símbolo indiscutible. Y cuatro días después del 12 de octubre de 1992 (para que no se dijera que se hacían coincidir las fechas) el Comité Nobel comunicó en Oslo que decidía premiar con el Premio Nobel de la Paz 1992 a «Rigoberta Menchú, de Guatemala, en reconocimiento por su labor a favor de la justicia social y de la reconciliación etno-cultural basada en el respeto por los derechos de los pueblos indígenas...».

Mientras tanto David Stoll había ido poco a poco descubriendo incoherencias e inexactitudes en el relato que Rigoberta trasladó a Elisabeth Burgos, y sobre el que se construyó el personaje que obtuvo el Premio Nobel.

Resultó que Rigoberta Menchú nunca fue una niña iletrada que ignoraba el español, pues recibió años de educación con las monjas del Colegio Belga. Que no presenció los hechos trágicos que cuenta o inventa en su relato. Que su padre disponía de cientos de hectáreas de tierra y que los litigios que mantuvo toda su vida no fueron con terratenientes «ladinos» que quisieran arrebatarle las tierras por indígena, sino con los propios parientes indígenas por parte de la madre de Rigoberta. Confirmó además Stoll que los hechos violentos que atribuye Menchú a los militares «ladinos» fueron iniciados precisamente por guerrilleros ladinos de extracción urbana que buscaban vietnamizar Guatemala, &c.

En 1998 se publicó en inglés Rigoberta Menchú y la historia de todos los guatemaltecos pobres. Y la repercusión del libro comenzó en serio cuando en The New York Times, el periodista Larry Rother, tras viajar a Guatemala para confirmar algunas de las afirmaciones de Stoll, publicó el artículo «Una Premio Nobel encuentra cambiada su historia» (17 diciembre 1998). La progresía internacional puso en marcha toda su maquinaria en defensa de las ilusiones que no fueron (¿será eso que llaman utopía?).

Así Manuel Vázquez Montalbán, en El País de 11 de enero de 1999, inicia su artículo «Rigoberta» asegurando que «La campaña de deslegitimación del indigenismo político en América Latina tiene diferentes plataformas de actuación: se asesina a monseñor Gerardi, autor de un informe con nombres y apellidos sobre la represión militar, o se busca desacreditar al obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, y al subcomandante Marcos, mediante calumnias o escritos al servicio de la 'modernidad' agredida o cuestionada por el indigenismo...» Pero se olvida por ejemplo, y precisamente, de vincular a Rigoberta Menchú con el obispo Samuel Ruiz, pues la joven Rigoberta que tuvo que abandonar Guatemala a mediados de 1980, escapándose del colegio de monjas tras el asesinato de su familia, acabó integrada nada menos que en el entorno directo de Samuel Ruiz, obispo de Chiapas y promotor destacado de la teología de la liberación. ¿Cómo puede ignorarse esta curiosa «casualidad»?

2002

A pesar de estar disponible una traducción del libro de Stoll al español, la alianza de lo «políticamente correcto» con los restos del progresismo más doctrinario, lograron que ninguna editorial de los países de lengua española se atreviese a editarlo como libro. En julio de 2002 nódulo acaba de publicar, en formato digital de libre consulta vía internet, la primera edición en lengua española, según la traducción revisada y autorizada directamente por su autor. El propio David Stoll asistió a la presentación de esta edición digital de sus obras, que tuvo lugar en Gijón el 12 de julio de 2002, dentro de los VII Encuentros de filosofía en Gijón.

Se hace obligada la lectura pausada de la obra de Stoll a quienes deseen hilar fino en este asunto, que no se agota, por supuesto, en la persona de Rigoberta Menchú. Se trata de una investigación consistente, documentada, implacable, que evidentemente no han leído tantos ideólogos de pacotilla que parecen no querer darse cuenta de las consecuencias de aplicar la brocha gorda al análisis de la realidad.

Si en 1982 el testimonio de una indígena al servicio de la teología de la liberación, bien apadrinado por Cuba, logró enfervorecer a la izquierda universal añorante de revoluciones, y en 1992, cuando la Unión Soviética había ya quedado convenientemente neutralizada, esa indígena era recompensada por la socialdemocracia internacional con su galardón más prestigiado, en 2002 la Iglesia de Roma, que sigue buscando desesperadamente conservar al menos su protagonismo, acaba de elevar a los altares al «primer santo indígena», San Juan Diego.

El 31 de julio de 2002 el papa Juan Pablo II ha logrado prestar uno de sus últimos servicios, canonizando en México al indio Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe. Al parecer ahora Rigoberta Menchú se mantiene al margen de la ortodoxia católica, y ha criticado duramente «el estereotipo de los indígenas» provocado por esta canonización, abogando por un «verdadero diálogo» (?) con las comunidades indígenas.

Juan Pablo II canoniza a Juan Diego «Luego de proclamar Juan Pablo II la canonización de Juan Diego, una imagen del indio fue colocada en el altar de la basílica de Guadalupe. La ceremonia, que se prolongó por casi tres horas, tuvo cierto cariz indígena cuando una docena de danzantes ataviados con ropas prehispánicas bailaron al paso de la pintura. El pontífice concluirá hoy su quinta visita a México con la beatificación, en el recinto mariano, de los mártires oaxaqueños Juan Bautista y Jacinto de los Angeles. De ahí partirá al mediodía hacia el aeropuerto capitalino. '¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan de México!', dijo el papa Juan Pablo II durante su homilía en la misa de canonización de Juan Diego, con la que puso fin –cuando menos para la Iglesia católica– a la polémica sobre la historicidad del vidente de la Virgen de Guadalupe, en 1531. (...) En la celebración religiosa –que se prolongó por casi tres horas– el pontífice recordó las 'difíciles situaciones' por las que atraviesan los indígenas en México y en toda América Latina. Dirigiéndose a Juan Diego, primer santo indígena del continente, le pidió que mire el 'dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia'. Dijo que al acoger el mensaje cristiano, sin renunciar a su origen indígena, Juan Diego fue protagonista de la 'nueva identidad mexicana' y que su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y sus tradiciones. Llamó a Juan Diego Cuauhtlatoatzin 'hombre fiel y verdadero', y a las 10:57 aprobó la solicitud presentada por el cardenal Eduardo Saraiva, prefecto de la Pontificia Congregación para la Causa de los Santos, de incorporar al indio macehual en el catálogo de los santos de la Iglesia católica, con lo cual se sumó a la selecta lista de mexicanos donde están ya san Felipe de Jesús y los 27 'mártires cristeros'.» (La Jornada, México, Jueves 1º de agosto de 2002).

La prensa católica optimista no ha dudado en presentar a la Virgen de Guadalupe como enemiga de las sectas que tanto cultivan a los indígenas:

Juan Pablo II canoniza a Juan Diego «Los evangelistas estado-unidenses tienen en México un freno a su expansión: la Virgen de Guadalupe. Casi todos los mexicanos se sienten guadalupanos, algo incompatible con esas 'creencias' importadas. Hace dos décadas que las llamadas 'sectas evangélicas' nacidas en Estados Unidos están intentando penetrar con fuerza en México. A pesar de los enormes recursos económicos que manejan, la cada vez mayor presencia en medios de comunicación propios o ajenos, y una agresividad proselitista inaudita, las 'sectas evangélicas' se han encontrado en la patria del santo indio Juan Diego con un 'enemigo' no previsto a su expansión: la Virgen de Guadalupe. 'Esta advocación mariana es la responsable –según manifiestan expertos eclesiásticos–, de que las sectas yanquis no avancen en México.' Y es que ser guadalupano es incompatible con profesar creencias evangélicas, ya que éstas niegan el papel de la Virgen.» (La Razón, Madrid, jueves 1º de agosto de 2002).

¿Cabe mayor actualidad para las investigaciones que viene publicando David Stoll hace veinte años?

 

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