Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 6 • agosto 2002 • página 10
Economía

La sumisión en la tecnocracia

Fernando López-Laso

Partiendo de los textos de los Grundrisse de Marx dedicados al análisis prospectivo de la fase de pleno desarrollo del capitalismo –con la completa automatización del sistema productivo– se plantea el problema de la vigencia de su tesis central: que el capitalismo, a través de la constante revolución tecnológica, camina inexorablemente hacia su propia disolución

«Las sociedades científicas están todavía en su infancia. Puede merecer la pena dedicar unos momentos a especular sobre las posibles evoluciones futuras de aquellas que son oligarquías (...). Ha de esperarse que los avances en fisiología y psicología otorgarán a los gobiernos mucho más control sobre la mentalidad individual del que poseen ahora incluso en los países totalitarios (...). Dieta, inyecciones y mandatos se combinarán, desde una edad muy temprana, para producir la clase de carácter y la clase de creencias que las autoridades consideren deseable, y cualquier crítica seria de los poderes existentes se tornará psicológicamente imposible. Incluso si todos son miserables, todos se creerán felices, porque el gobierno les dirá que lo son.»
Bertrand Russell: The Impact of Science on Society, 1952.

En el inagotable venero teórico que son los Grundrisse de Karl Marx, los textos más sorprendentes y más impactantes para nuestro tiempo se encuentran entre las últimas páginas del cuaderno VI y las primeras del VII, que fueron escritas a comienzos de marzo de 1858. De este trabajo, los Grundrisse, se pueden decir incontables cosas salvo una de las que más se ha repetido: que son un mero borrador, preparatorio para la redacción de El Capital. Y ello queda vivamente reflejado en esas páginas porque, como sucede en tantos otros lugares de este singular compendio de economía política desbordante de riqueza filosófica, su temática no es propiamente abordada en la más famosa obra de Marx. Una temática que, en nuestra época, es precisamente la crucial: la completa automatización del sistema productivo, determinada por la constante revolución tecnológica que se ejerce sobre el capital fijo (la maquinaria) y sus posibles repercusiones sociales.

Es en estas páginas aún hoy bastante desconocidas, y con la naturalidad que le brinda no haber destinado sus análisis a la publicación, donde Marx extrae condensadamente las consecuencias de la evolución tardía del capitalismo, correspondientes a la fase de relación capital plena –la subsunción real del trabajo en el capital{1}– que sólo se alcanzará en el último cuarto del siglo XX:

«Una vez inserto en el proceso de producción del capital, el medio de trabajo experimenta diversas metamorfosis, la última de las cuales es la máquina o más bien un sistema automático de maquinaria (sistema de la maquinaria; lo automático no es más que la forma más plena y adecuada de la misma, y transforma por primera vez a la maquinaria en un sistema) puesto en movimiento por un autómata, por fuerza motriz que se mueve a sí misma; este autómata se compone de muchos órganos mecánicos e intelectuales, de tal modo que los trabajadores mismos sólo están determinados como miembros conscientes de tal sistema. En la máquina, y más aún en la maquinaria como sistema automático, el medio de trabajo está transformado (...) en una existencia adecuada al capital fijo y al capital en general, y la forma bajo la cual el medio de trabajo (...) se incluye en el proceso de producción del capital, es superada por una forma puesta por el capital y a él correspondiente. La máquina en ningún aspecto aparece como medio de trabajo del obrero individual. Su differentia specifica en modo alguno es, como en el caso del medio de trabajo, la de transmitir al objeto la actividad del obrero, sino que más bien esta actividad se halla puesta de tal manera que no hace más que transmitir a la materia prima el trabajo o acción de la máquina, a la que vigila y preserva de averías. No es como en el caso del instrumento, al que el trabajador anima, como a un órgano, con su propia destreza y habilidad, y cuyo manejo depende por tanto del virtuosismo de aquél. Sino que la máquina, dueña en lugar del trabajador de la habilidad y la fuerza, es ella misma la virtuosa, posee un alma propia presente en las leyes mecánicas que operan en ella (...). La actividad del trabajador, reducida a una mera abstracción de la actividad, está determinada y regulada en todos los aspectos por el movimiento de la maquinaria, y no a la inversa. La ciencia, que obliga a los miembros inanimados de la máquina –merced a su construcción– a operar como un autómata, conforme a un fin, no existe en la conciencia del trabajador, sino que opera a través de la máquina, como poder ajeno, como poder de la máquina misma, sobre aquél. La apropiación del trabajo vivo a través del trabajo objetivado –de la fuerza o actividad valorizadora a través del valor que es para sí mismo– implícita en el concepto del capital, está, en la producción fundada en la maquinaria, puesta como carácter del proceso de producción mismo también desde el punto de vista de sus elementos y de sus movimientos materiales. El proceso de producción ha cesado de ser proceso de trabajo en el sentido de ser controlado por el trabajo como unidad dominante. El trabajo se presenta, antes bien, sólo como órgano consciente, disperso bajo la forma de diversos obreros vivos presentes en muchos puntos del sistema mecánico, y subsumido en el proceso total de la maquinaria misma, sólo como un miembro del sistema cuya unidad no existe en los obreros vivos, sino en la maquinaria viva (activa), la cual se presenta frente al obrero, frente a la actividad individual e insignificante de éste, como un poderoso organismo.»{2}

El impacto del pasaje casi convierte en superfluo cualquier comentario, salvo anticipar la tesis central a la que apunta: la ley del valor deja de regir, en el sistema automático de la maquinaria, el sistema productivo. Por lo demás, la descripción del proceso productivo contemporáneo es formulada hace más de ciento cuarenta años con una clarividencia inconcebible para casi todos los 'expertos' actuales. Marx parece no sólo haber visto la película de Chaplin Tiempos modernos, sino las actuales factorías robotizadas del período toyotista. Pero es necesario seguir un poco más la línea luminosa del razonamiento:

«El desarrollo del medio de trabajo como maquinaria no es fortuito para el capital, sino que es la metamorfosis histórica del medio de trabajo legado por la tradición, transformado en adecuado para el capital. La acumulación del saber y de la destreza, de las fuerzas productivas generales del cerebro social, es absorbida así, con respecto al trabajo, por el capital y se presenta por ende como propiedad del capital, y más precisamente del capital fijo (...) La maquinaria, pues, se presenta como la forma más adecuada del capital fijo y el capital fijo –en cuanto se considera al capital en su relación consigo mismo– como la forma más adecuada del capital en general (...)
«Por cuanto la maquinaria, además, se desarrolla con la acumulación de la ciencia social (...) no es en el trabajador sino en el capital donde está representado el trabajo social universal (...) En la maquinaria, la ciencia se le presenta al trabajador como algo ajeno y externo, y el trabajo vivo aparece subsumido bajo el objetivado, que opera de manera autónoma. El trabajador se presenta como superfluo (...) El proceso entero de producción no aparece como subsumido bajo la habilidad directa del trabajador, sino como aplicación tecnológica de la ciencia. Darle a la producción un carácter científico es, por ende, la tendencia del capital, y se reduce el trabajo a mero momento de ese proceso.»{3}

La clave de esta evanescente insignificancia del trabajador radica en que «el trabajo inmediato cesa de ser, en cuanto tal, base de la producción, por un lado porque se transforma en una actividad más (bien) vigilante y reguladora, pero también porque el producto deja de ser producto del trabajo inmediato, aislado, y más bien es la combinación de la actividad social la que se presenta como la productora.»{4}

Casi cien años después, en 1952, Bertrand Russell corrobora el diagnóstico en El impacto de la ciencia en la sociedad: «El más obvio e inevitable efecto de la técnica científica es que hace a la sociedad más orgánica, en el sentido de incrementar la interdependencia de sus diversas partes. En la esfera de la producción, ello adquiere dos formas. Está primero la muy íntima interconexión entre los individuos comprometidos en una empresa común, p.e. en una factoría singular; y segundo está la relación, menos íntima pero aún esencial, entre una empresa y otra. Cada una de ellas deviene más importante con cada avance de la técnica científica.»{5}

Volviendo al análisis de Marx, precisamente aquí alcanzamos el punto de inflexión. No sólo las determinaciones anteriores no implican que la subsunción en la relación social del capital sea la más adecuada y mejor relación social de producción para el empleo de la maquinaria, sino que, a través de ellas, el capital conduce inexorablemente a su propia disolución: «En la misma medida en que el tiempo de trabajo –el mero cuanto de trabajo– es puesto por el capital como único elemento determinante, desaparecen el trabajo inmediato y su cantidad como principios determinantes de la producción –de la creación de valores de uso; en la misma medida, el trabajo inmediato se ve reducido cuantitativamente a una proporción más exigua, y cualitativamente a un momento sin duda imprescindible, pero subalterno frente al trabajo científico universal, a la aplicación tecnológica de las ciencias naturales por un lado, y por otro frente a la fuerza productiva universal resultante de la estructuración social de la producción global, fuerza productiva que aparece como don natural del trabajo social (aunque producto histórico). El capital trabaja, así, en favor de su propia disolución como forma dominante de la producción.»{6}

La razón de ello estriba en que «el capital mismo es la contradicción en proceso, ya que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza. Disminuye, pues, el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario, para aumentarlo en la forma del trabajo excedente; pone por tanto, en medida creciente, el trabajo excedente como condición –question de vie et de mort– del necesario. Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales –unas y otras aspectos diversos del desarrollo del individuo social– se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir fundándose en su mezquina base.»{7}

El núcleo problemático alcanza aquí su máxima densidad. Marx reitera que «el tiempo de trabajo como medida de la riqueza pone la riqueza misma como fundada sobre la pobreza (...) o bien pone todo el tiempo de un individuo como tiempo de trabajo y consiguientemente lo degrada a mero trabajador, lo subsume en el trabajo.» Y subraya explícitamente acto seguido: «La maquinaria más desarrollada, pues, compele actualmente al trabajador a trabajar más tiempo que el que trabaja el salvaje o que el que trabajaría él mismo con las herramientas más sencillas y toscas.»{8} Puesto que, según hemos visto, para el capital «no son más que medios para producir fundándose en su mezquina base.» Y sin embargo... «In fact, constituyen las condiciones materiales para hacer saltar a esa base por los aires.»{9}

Tan asombroso contraste se resuelve debido a que «el trabajo ya no aparece tanto como recluido en el proceso de producción (...) El trabajador (...) se presenta al lado del proceso productivo, en lugar de ser su agente principal. En esta transformación lo que aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el hombre ni el tiempo que éste trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma gracias a su existencia como cuerpo social; en una palabra, el desarrollo del individuo social. El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado (...) Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida, y por tanto el valor de cambio del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo.»{10}

El problema que se plantea es claro: ¿Cómo pueden conciliarse la última conclusión liberadora y la evidencia resaltada reiteradamente por Marx, según la cual «forma parte del concepto del capital, que la acrecentada fuerza productiva del trabajo esté puesta más bien como aumento de una fuerza exterior al trabajo y como el propio debilitamiento de éste»{11}? Pues –como no podía dejar de precisar– «el medio de trabajo vuelve autónomo al trabajador, lo pone como propietario», mientras «la maquinaria –en cuanto capital fijo– lo pone como no autónomo, como objeto de la apropiación.»{12} Si bien añade que «este efecto de la maquinaria sólo se produce en la medida en que está determinada como capital fijo, y está determinada en cuanto tal sólo porque el trabajador se relaciona con ella como asalariado, y el individuo activo en general como mero trabajador.»{13}, y ya sabemos que «La maquinaria más desarrollada, pues, compele actualmente al trabajador a trabajar más tiempo que el que trabaja el salvaje o que el que trabajaría él mismo con las herramientas más sencillas y toscas.» Hasta podríamos recordar las primeras líneas del capítulo XIII (sección cuarta) del libro I de El Capital, que se abre con esta cita: «En sus Principios de economía política dice John Stuart Mill: «Es discutible que todos los inventos mecánicos efectuados hasta el presente hayan aliviado la tarea cotidiana de algún ser humano.» A lo cual apostilla Marx, a pie de página: «Mill debió haber dicho: de cualquier ser humano no alimentado por el trabajo de otros, pues es incuestionable que la maquinaria ha aumentado considerablemente el número de ociosos distinguidos.»{14}

Sin duda, Marx confía en que la enorme cantidad de tiempo disponible, liberado para el conjunto de la sociedad y para cada uno de sus individuos en particular, produzca una transmutación tan determinante en el bagaje del conocimiento social y en la mentalidad colectiva –en el general intellect, como gustaba decir– que resulte incompatible con la sumisión a la red del trabajo asalariado. En esencia, Marx prevé que la automatización provocará un contraste tan sobrecogedor entre las posibilidades de disfrute abiertas y la sordidez de la sumisión al capital, un estallido tal de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que ésta se tornará más impactante que nunca, e indignadamente percibida por una mayoría tan abrumadora, que la imposibilidad de soportarla y la potencia de oposición adquirida determinarían inexorablemente su desmoronamiento. Y es aquí donde el choque con nuestra representación se impone como inevitable. Pues nada menos que casi toda nuestra experiencia apunta en la dirección opuesta. Debido a una compleja constelación de causas, la sumisión al aparato de captura del trabajo asalariado es, en la era de la tecnología automatizada, más imperceptible que nunca para las propias víctimas de tal sometimiento. Se diría que los hilos de nuestro cautiverio se han tornado traslúcidos. Salvo para una exigua minoría, la nuestra es la época de la sumisión imperceptible.

Es preciso, sin embargo, situar debidamente el problema. No se trata de repetir la vieja cantilena 'humanista' entonada por la revista Nature en la época de la Gran Depresión, deplorando que la ciencia aplicada sistemáticamente a la producción industrial a gran escala destruye al hombre, convirtiéndolo en un apéndice de la máquina{15}. Menos aún, de resucitar los lacrimógenos 'ideales románticos' añorantes de los buenos viejos tiempos anteriores a la industrialización, que tanta y tan justificada hilaridad suscitaban en Marx. Pues, como tantas veces reiteró el propio Marx, el caudal de tiempo disponible suministrado por las máquinas, considerado en sí mismo, abre una inabarcable variedad de posibilidades liberadoras. La cuestión es, escuetamente, si la estructura de poder desarrollada por el capitalismo automatizado contemporáneo dificulta más bien que propicia –como pensaba Marx, según hemos visto– la realización de tales posibilidades.

Sólo en el plano de estas coordenadas tiene sentido que volvamos a la tesis de Bertrand Russell con cuya cita comenzaba esta exposición, defendida en El impacto de la ciencia en la sociedad. En el despliegue del análisis sobre La técnica científica en una oligarquía (Capítulo 3) afirma:

«Las sociedades científicas están todavía en su infancia. Puede merecer la pena dedicar unos momentos a especular sobre las posibles evoluciones futuras de aquellas que son oligarquías.
«Ha de esperarse que los avances en fisiología y psicología otorgarán a los gobiernos mucho más control sobre la mentalidad individual del que poseen ahora incluso en los países totalitarios. Fichte sostuvo que la educación debería apuntar a la destrucción de la libre voluntad para que, después que los pupilos hubiesen abandonado la escuela, fuesen incapaces, durante el resto de sus vidas, de pensar o actuar de otro modo al que sus maestros hubiesen deseado. Pero en sus días esto era un ideal inalcanzable: lo que consideraba como el mejor sistema existente produjo a Karl Marx. En el futuro no es probable que tales fallos ocurran donde hay dictadura. Dieta, inyecciones y mandatos se combinarán, desde una edad muy temprana, para producir la clase de carácter y la clase de creencias que las autoridades consideren deseable, y cualquier crítica seria de los poderes existentes se tornará psicológicamente imposible. Incluso si todos son miserables, todos se creerán felices, porque el gobierno les dirá que lo son.»{16}

Aunque este vaticinio fue pronunciado en 1952, apenas es necesario añadir dos palabras para obtener una descripción exacta de la situación contemporánea: basta con el añadido de la expresión 'y las corporaciones multinacionales' junto al término 'gobierno' en la última frase. Porque –como han señalado conspicuos analistas– el nuevo orden imperial designado con el genérico término 'globalización' implica un ominoso rebrote del autoritarismo, especialmente marcado en los países dotados de instituciones representativas derivadas de la tradición liberal. Las estructuras de poder de las sociedades tecnológicas actuales determinan que oligarquías acorazadas, prácticamente inamovibles mediante las obsoletas instituciones convencionalmente denominadas 'democráticas' y displicentemente insensibles a los deseos y necesidades de los gobernados, rijan las vidas de enormes masas de ciudadanos impotentes, en una situación con reminiscencias del Ancien Regime, que se intensifica a escala mundial{17}. Así, entre otros muchos, lo resalta James Petras:

«El nuevo orden imperial y la promoción de los intereses de las instituciones económicas dominantes por medio de políticas neoliberales tiene profundas consecuencias para la democracia y la sociedad. En el plano estructural significa que agentes externos, funcionarios no electos, representan un papel en definir la forma de las decisiones macroeconómicas y macrosociales que tienen efecto en las estructuras básicas de la economía y en el standard de vida de las naciones.
«En la actualidad en muchos lugares del mundo, funcionarios nombrados por la Secretaría del Tesoro de EE.UU., del Banco Mundial y el FMI (Fondo Monetario Internacional) deciden sobre gasto de gobierno, relaciones de propiedad (propiedad privada contra pública) estrategias de desarrollo (mercados de exportación o domésticos) y muchos otros aspectos decisivos en la existencia social, evitando el sistema electoral (...)
«Si el autoritarismo esencialmente consiste en imponer decisiones tomadas sin consulta ni responsabilidad pública, la influencia y el poder crecientes de los funcionarios no electos de las instituciones financieras internacionales son un pilar importante de ese sistema (...)
«El nuevo autoritarismo es diferente a los regímenes del viejo estilo represivo. En el pasado el autoritarismo tenía una cara militar, negaba las libertades individuales y la oposición electoral. El nuevo autoritarismo es un régimen híbrido que combina procesos electorales y libertades individuales con procedimientos de adopción de decisiones altamente elitistas. Mientras se celebran las elecciones, no hay correspondencia entre la retórica populista o social durante la campaña electoral y el gobierno postelectoral en el cual la dura austeridad neoliberal controla las políticas de ajuste estructural, y éstas últimas son aplicadas. El uso deliberado de tales decepciones políticas llama a cuestionar el significado real de las 'elecciones competitivas', como se ha dispuesto en la elección que ha hecho el votante, y como un medio de influir en el electorado a lo largo del proceso político. Por otro lado, el cada vez mayor uso de decretos ejecutivos para aplicar la agenda neoliberal (privatizaciones, políticas de ajuste estructural, &c.) es mucho más similar al estilo de los regímenes del antiguo autoritarismo que a las prácticas democráticas.»{18}

Detallando este extendido diagnóstico sobre los nuevos dispositivos de poder que configuran las actuales plutocracias tecnológicas, Petras agrega: «El neoautoritarismo es un sistema híbrido, que combina las decisiones de élite y los procesos electorales. El cuerpo legislativo elegido y el corporativo no elegido que adopta decisiones, dispone las campañas electorales y las prácticas de decreto, minan la noción de una cultura cívica. En este contexto es importante examinar de una manera crítica el significado de 'ciudadanía' desde dos ángulos: ciudadanía 'formal' y substantiva. La ciudadanía formal se refiere a los atributos legales destinados al ciudadano según una constitución escrita o no escrita. La ciudadanía substantiva se refiere a la capacidad de los individuos de ejercitar el poder en el debate actual sobre la resolución de cuestiones políticas. Hoy en día, a los ciudadanos se les niega sistemáticamente el derecho de voz y voto en las cuestiones substantivas más profundas que afectan a sus vidas –incluyendo el gasto de Estado, impuestos, privatización, programas de austeridad, subsidios para multinacionales, &c. Para encubrir esta negación de los ciudadanos, los defensores elitistas del estado liberal se refieren a nociones amorfas de 'sociedad civil' y 'globalización'.

«Vivimos en sociedades de clases, donde las desigualdades socioeconómicas son más agudas de lo que han sido a lo largo de los últimos treinta años. La 'sociedad civil' incluye inversores billonarios y banqueros que acumulan fortunas comprando y vendiendo empresas, cerrándolas y explotando a miles de trabajadores, así como pagando salarios muy bajos, negando a los trabajadores eventuales los derechos laborales elementales (...) Para los directores corporativos de la élite rica, la ciudadanía consiste en adoptar decisiones macroeconómicas influyentes; para los trabajadores, la ciudadanía consiste en adaptarse a esas decisiones o implicarse en política de clases para resistirse a ellas (...) El ejercicio de la ciudadanía substantiva está estrechamente asociado con la política de clases que reconoce las relaciones distintivas y desiguales en la sociedad civil, y las relaciones entrelazadas entre las clases dominantes de la sociedad civil y el Estado.»{19}

Entre las causas que determinan la enorme eficacia de las plutocracias tecnológicas, merece destacarse la también señalada por Bertrand Russell en el magnífico tratado Poder, escrito con sagacidad y metodología maquiavelianas:

«Vamos a considerar, por un momento, el poder de la plutocracia en un país democrático (...) Donde la cuestión es simple y la opinión pública definida, la plutocracia es impotente; pero donde la opinión pública está indecisa, o confusa por la complejidad del asunto, la plutocracia puede asegurar un resultado político deseado.»{20} No es necesario añadir que tal es comúnmente el caso en la situación contemporánea.

Por añadidura, en el trabajo citado de 1952, el propio Russell aseveraba: «Es posible hoy en día para un gobierno ser mucho más opresivo de lo que cualquier gobierno pudo ser antes de que hubiera técnica científica. La propaganda convierte la persuasión en más fácil para el gobierno; la propiedad pública de los locales y el papel hace la contrapropaganda más difícil; y la efectividad de los armamentos modernos hace los levantamientos populares imposibles (...) Aparte de la presión exterior, no hay razón por la que un régimen tal no hubiera de durar por muy largo tiempo.»{21} Con la salvedad de que no es necesario el requisito de la propiedad pública de los locales y el papel, y de que la propaganda no es sólo difundida por los gobiernos, poco cabe objetar a tan estremecedora estimación.

Guy Debord ha analizado magistralmente los deletéreos efectos para la mentalidad colectiva de las nuevas tecnologías de la propaganda, fundadas en el imperio de la televisión y de la informática. En Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, caracteriza la modalidad actual de la dominación espectacular como estadio de lo espectacular integrado: «Lo espectacular integrado se manifiesta a la vez como concentrado y difuso, y a partir de tan provechosa unificación ha sabido utilizar ambas cualidades más a lo grande. Su modo de aplicación anterior ha cambiado mucho. En cuanto al lado concentrado, el centro dirigente ha pasado a estar oculto: no lo ocupa ya nunca un jefe conocido ni una ideología clara. Y en cuanto al lado difuso, la influencia espectacular jamás había marcado hasta tal extremo la casi totalidad de las conductas y de los objetos que se producen socialmente. Pues el sentido final de lo espectacular integrado es que se ha integrado en la realidad misma a medida que hablaba de ella, y que la reconstruyó tal y como de ella hablaba. De manera que esa realidad ahora ya no permanece frente a lo espectacular como algo que le fuese ajeno. Cuando lo espectacular estaba concentrado, se le escapaba la mayor parte de la sociedad periférica; cuando estaba difuso, una parte muy pequeña; hoy en día, no se le escapa nada. El espectáculo se ha entremezclado con toda realidad, por efecto de irradiación. Como en teoría era fácil de prever, la experiencia práctica del cumplimiento desenfrenado de las voluntades de la razón mercantil demostraría rápidamente y sin excepción que el hacerse mundo la falsificación era también un hacerse falsificación el mundo. Excepto un legado todavía importante, pero destinado a menguar cada vez más, de libros y edificios antiguos, por lo demás cada vez con mayor frecuencia seleccionados y puestos en perspectiva según las conveniencias del espectáculo, no existe ya nada, ni en la cultura ni en la naturaleza, que no haya sido transformado y contaminado conforme a los medios y los intereses de la industria moderna. Incluso la genética se ha vuelto plenamente accesible a las fuerzas dominantes de la sociedad.»{22}

De ahí que las nuevas tecnologías de la información no sólo no hayan representado hasta el momento una verdadera fuerza liberadora, sino que, combinadas con otras tecnologías de vanguardia bajo la dominación imperial, hayan resucitado formas de relaciones productivas precapitalistas (la esclavitud, p.e. en la forma de esclavitud sexual, y la servidumbre de niños y adultos). El factor que mejor describe lo que de verdad está ocurriendo en la economía mundial es esta peculiar mixtura de tecnologías avanzadas con relaciones sociales arcaicas. Puesto que la era de la información no existe en un vacío político neutral, sino que su significado más profundo se revela en las condiciones de la hegemonía imperial y en las mafias político-económicas que actúan a su amparo. No es la tecnología la que impone sus normas: son las minorías privilegiadas de la economía y de la mafia las que determinan la clase de información difundida y el uso de las tecnologías de la comunicación.{23}

Es aquí donde radica la paradoja más escarnecedora: la era de la información es la era del secreto generalizado y de los 'expertos' tergiversadores, que consagran la pesadilla recurrente del género de terror más característico del último siglo, la ciencia-ficción. Gilles Deleuze y Félix Guattari lo acentuaron ya en 1980, en el impresionante trabajo que fue Mil Mesetas, segunda parte de Capitalismo y esquizofrenia:

«Si el capitalismo aparece como una empresa mundial de subjetivación es porque constituye una axiomática de los flujos descodificados (...) En cuanto a la propia axiomática, de la que los Estados son modelos de realización, restaura o reinventa, bajo nuevas formas devenidas técnicas, todo un sistema de esclavitud maquínica. No se trata en modo alguno de un retorno a la máquina imperial{24} puesto que ahora estamos en la inmanencia de una axiomática, y no bajo la transcendencia de una Unidad formal. Estamos ante la reinvención de una máquina en la que los hombres son las partes constituyentes, en lugar de ser los obreros y los usuarios sujetos a ella. Si las máquinas motrices han constituido la segunda edad de la máquina técnica, las máquinas de la cibernética y de la informática forman una tercera edad que recompone un régimen de esclavitud generalizada: 'sistemas hombres-máquinas', reversibles y recurrentes, sustituyen a las antiguas relaciones de sujeción no reversibles y no recurrentes entre los dos elementos; la relación del hombre y de la máquina se hace en términos de mutua comunicación interna, y ya no de uso o de acción (...) Cuando el capital constante crece proporcionalmente cada vez más, en la automatización, aparece una nueva esclavitud, al mismo tiempo que el régimen de trabajo cambia, que la plusvalía deviene maquínica y que el marco se extiende a toda la sociedad (...) Recientemente se ha subrayado hasta qué punto el ejercicio moderno del poder no se reducía a la alternativa clásica 'represión o ideología', sino que implicaba procesos de normalización, de modulación, de modelación, de información, que se basan en el lenguaje, la percepción, el deseo, el movimiento, &c., y que pasan por microagenciamientos. Este conjunto implica a la vez sujeción y esclavitud, llevadas a los extremos como dos partes simultáneas que no cesan de reforzarse y alimentarse la una de la otra. Por ejemplo: se está sujeto a la televisión en tanto que se la utiliza y consume, en esa situación tan particular de un sujeto de enunciado que se toma más o menos por sujeto de enunciación («ustedes, queridos telespectadores, que hacen la televisión...»); la máquina técnica es el medio entre dos sujetos. Pero se está esclavizado a la televisión como máquina humana en la medida en que los telespectadores son, ya no consumidores o usuarios, ni siquiera sujetos capaces de 'fabricarla', sino piezas componentes intrínsecas, 'entradas y salidas', feed-back o recurrencias, que pertenecen a la máquina y ya no a la manera de producirla o de utilizarla (...) Nosotros tenemos el privilegio de padecer, a través de las mismas cosas y de los mismos acontecimientos, las dos operaciones a la vez. Sujeción y esclavitud, más que dos estadios, forman dos polos coexistentes.»{25}

Servidumbre, sumisión imperceptible... ¿Hemos caído en el laberinto de espejos de la paradoja suprema, la esclavitud satisfecha, placentera?

Deleuze y Guattari defendían hace veinte años que no: «¿Habría, pues, que hablar de una 'servidumbre voluntaria'? Es como la expresión 'captura mágica': sólo tiene el mérito de subrayar el aparente misterio. Existe una esclavitud maquínica de la que siempre se diría que se presupone, que sólo aparece como ya realizada, y que ni es tan 'voluntaria' ni es 'forzosa'.»{26} He aquí el triste signo de los tiempos.

No caben dudas razonables sobre si la ciencia ofrece la posibilidad de un bienestar para la especie humana mucho mayor del que haya sido conocido nunca. Pero, al contrario de lo que concluía Russell en su trabajo de 1952, las condiciones esenciales para la realización de ese ofrecimiento se están distanciando aceleradamente de nosotros{27}: ni las guerras se han atenuado un ápice, ni el poder de decisión presenta una tendencia distributiva –sino al contrario– ni el control del crecimiento demográfico es suficiente para contener la miseria.

Y nuestra servidumbre es proteica. No sabemos en qué grado nuestro conocimiento y destreza podrán liberarnos de ella, si bien la única opción abierta es atacarla con conceptos certeros, analizarla y volverla perceptible, evitando vernos reducidos a la pasividad y la impotencia.

¿Cómo no habrían de parecer poco la dialéctica y hasta la protesta y el sabotaje en la pequeña escala accesible aún, contando con inmensas redes informáticas? Son muchísimos los que han enfatizado las posibilidades de transformación social, de luchas políticas más eficaces por un poder de decisión democrático que otorga la fase actual de desarrollo del capitalismo, con la caída relativa de la dominación de los Estados nacionales y la expansión de Internet. En todo caso, de nada serviría tratar de ocultar la hiriente paradoja de la sumisión posmoderna –buscando el entusiasmo de la ignorancia– si todavía deseamos ser más libres.

Notas

{1} Véase El Capital, Libro I, Capítulo VI (inédito), Siglo XXI, México 1971.

{2} Karl Marx (1857-1858): Grundrisse der Kritik der politischen Ökonomie, Dietz Verlag, Berlín 1953, págs. 584-585. El subrayado es mío, como en las dos citas siguientes.

{3} O.c., págs. 586-587.

{4} Íbidem., págs. 596-597.

{5} Bertrand Russell (1952): The Impact of Science on Society, Unwin Paperbacks, Londres 1985, pág. 42.

{6} O.c., págs. 587-588. El subrayado es mío.

{7} Íbid., págs. 593-594.

{8} Las dos últimas citas: O.c., pág. 596.

{9} Íbid., pág. 594.

{10} L.c., pág. 593. El subrayado es mío.

{11} L.c., págs. 589-590.

{12} Íbid., pág. 590.

{13} Íbid.

{14} Karl Marx: El Capital, libro I , sección IV, cap. XIII (vol.2), Siglo XXI, México 1994.

{15} Véase la precisa descripción de Pablo Huerga en «Ciencia, neutralidad y compromiso político», revista El Zascandil Ilustrado, nº 0, Oviedo 2000.

{16} O.c., pág. 62.

{17} Véase Keith Hart (2000): Money in an Unequal World, Texere, Nueva York & Londres; así como Michael Hardt, Antonio Negri (2000): Empire, Harvard University Press, Cambridge (Massachussets); y, en exposición más divulgativa, Susan George (1999), The Lugano Report: On Preserving Capitalism in the Twenty-First Century, Pluto Press, Londres & Sterling (Virginia). De los dos últimos títulos hay disponibles traducciones en español, publicadas respectivamente por Paidós e Icaria. La lista de referencias podría extenderse casi indefinidamente.

{18} James Petras (1999): «Globalización y ciudadanía: dimensiones sociales y políticas». Recogido en el volumen El informe Petras, Ed. Iru, Hondarribia (Guipúzcoa) 1999, págs. 131 y ss.

{19} Íbidem, págs. 134 y ss.

{20} Bertrand Russell (1938): Power, Unwin Paperbacks, Londres 1985, pág. 86.

{21} O.c., pág. 61.

{22} Guy Debord (1988): Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Anagrama, Barcelona 1999, págs. 21 y ss.

{23} Véase James Petras: «Justicia en la era de la información», diario El Mundo, 18-mayo-2000; K. Hart: L.c.; sobre el presunto vacío político en la posmodernidad, Fredric Jameson (1991): Postmodernism, or The Cultural Logic of Late Capitalism, Duke University Press, Durham (traducción española en Paidós, 1995).

{24} Los autores se refieren a los complejos hombre-animal-máquina característicos de los imperios arcaicos, tal como pueden observarse en los procedimientos de construcción de las pirámides de Egipto.

{25} G. Deleuze y F. Guattari (1980): Mil Mesetas, Pre-textos, Valencia 1988, págs. 462-463.

{26} Íbid., pág. 465.

{27} L.c., pág. 106.

 

El Catoblepas
© 2002 nodulo.org