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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 6 • agosto 2002 • página 1
Comentarios

Gonzalo Puente Ojea:
filósofo y embajador indice de la polémica

Atilana Guerrero Sánchez

Comentario sobre la «Crítica al 'materialismo filosófico' de Gustavo Bueno»
que el embajador Gonzalo Puente Ojea incluye en su último libro

Gonzalo Puente Ojea, Opus minor - Opus minus Gonzalo Puente Ojea, embajador de España y popular ateo «de guardia», acaba de hacer uso de su libertad de expresión el pasado mes de mayo con la publicación de un libro titulado Opus minor{1} en el que, según reza en la contraportada, se presenta «un panorámico repertorio de mis escritos, con demasiada frecuencia silenciados o tergiversados en los medios de comunicación».

Entre algunos de los textos reunidos en esta antología destaca especialmente el titulado «Crítica al 'materialismo filosófico' de Gustavo Bueno» y es a él al que va dirigido este comentario{2}.

La labor del embajador en el terreno filosófico es de sobra conocida y se ha caracterizado por un empeño admirable en todo cuanto concierne al estudio de las religiones, los mitos y los ídolos de la sociedad española contemporánea, en el espíritu de la ilustración del XVIII.

Dicho empeño le llevó a establecer una polémica con Gustavo Bueno y Alfonso Tresguerres acerca de la filosofía materialista de la religión expuesta en El animal divino y de ella son testigos dos números de la revista El Basilisco.{3}

En la actualidad, –fortificando, por cierto, los argumentos esgrimidos en aquella polémica– Puente Ojea se ha centrado en cuestiones ontológicas –hace dos años publicó El mito del alma{4}– y, en la misma línea, ha hecho pública la opinión que la Ontología Materialista de Gustavo Bueno le merece. Ahora bien, su opinión no es gratuita, por el contrario, el texto que comentamos es el resultado de la adopción de una estricta metodología y de un saber enciclopédico. En él se dan cita tanto la filosofía –de oriente y occidente– como los resultados de las últimas investigaciones científicas: desde la mecánica cuántica hasta la bioneurología.

1. En efecto, su crítica se presenta bajo las coordenadas de un sistema de pensamiento caracterizado como «monismo materialista», de cuya fertilidad son prueba las escasas páginas en las que queda analizado otro sistema filosófico, el materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Este, desarrollado –y desarrollándose– en numerosas obras, no sólo de su autor, sino de brillantes discípulos, constituye un ejemplo de filosofía crítica sistemática en español.

Nuestra apreciación, con todo, no se dirige hacia la grosera comparación entre las «escasas páginas» de Puente Ojea y las decenas de miles de Gustavo Bueno y sus discípulos, en absoluto; en su lugar, «aprovechamos» dicha diferencia de «cantidad», externa en cuanto al contenido, para explicarla por razones internas, esto es, que el embajador se dirige a los principios de otro sistema, pero desde el suyo propio. Nos explicaremos mejor.

El texto de Puente Ojea es, como decimos, estricto ejemplo del monismo materialista, lo que quiere decir que el sistema de pensamiento en el que se mueve no debe ser juzgado como una «opción» filosófica académica, sin más. Su construcción no es una variedad del materialismo filosófico que, por tanto, pueda plantear objeciones formales a los Ensayos Materialistas{5}, por citar la obra en la que se centra.

Desde este punto de vista, sobre todo sintáctico, nos encontramos ante una especie del materialismo mundano, la del monismo, que si presenta tanta beligerancia contra el materialismo filosófico es por la razón misma del ser de ambos, a saber, su mutua destrucción. Materialismo y monismo, dicho en términos de Gustavo Bueno, son dos maneras del discurso filosófico que se oponen disyuntivamente.

Digamos que Puente Ojea, en la medida en que conoce la obra que critica, puesto que decir lo contrario sería poner gratuitamente en cuestión su honestidad intelectual o su inteligencia, tiene «asumida» la posible crítica; de hecho, con cierto tono de alumno «resabiado» espeta después de darnos su definición «alternativa» de «lo que hay»:

«Si se desea calificar esta visión de lo real como materialismo vulgar, o como metafísica disfrazada, o como monismo cósmico, cada uno es libre de usar el lenguaje a su gusto, lo cual no significa que todos los enunciados sean fieles a la naturaleza de sus referentes.»

Otra cosa es que su respuesta sea, a su vez, «asumible», como en efecto lo es, puesto que se deriva de aquella «forma» del discurso que él ha hecho propia.{6}

2. Atendiendo al punto de vista semántico, nuestro anterior juicio no deja lugar a dudas; resumimos el contenido del artículo –versión emic del autor– en las líneas siguientes:

El lenguaje metafísico tradicional, en gran parte herencia intelectual de los griegos, nos ha legado una serie de preguntas incontestables por el hecho de consistir en trampas del lenguaje [Puente Ojea dice «garlito»]. Gustavo Bueno, a pesar de su materialismo, en la medida en que asume dicha tradición, en especial el discurso ontológico de Aristóteles, fracasa en su intento de ofrecer un sistema libre de metafísica. La distinción entre los dos planos de la ontología, general y especial, le llevan a «multiplicar los entes sin necesidad».
La Materialidad Trascendental es una entelequia de la que la ciencia no nos da noticia.
Al margen de la «materia determinada» que conocemos por los resultados de las ciencias, en especial de la Física, no hay más que especulación metafísica.

Gustavo Bueno es, así, para esta crítica, ejemplo de la filosofía clásica, en sentido estricto.

Para poner de manifiesto la concepción de la historia de la filosofía «occidental» de nuestro autor –que él diferencia de la «oriental»– basta con reflejar las expresiones con las que esta queda «compendiada»: «Parménides inventó esta fabulosa mercancía, Platón la dialectizó a su modo y Aristóteles la trascendentalizó», o «Platón quiso evadirse del monismo contra natura que le legara Parménides, pero el realismo de las Ideas es una trampa facilona».

¿No es la estructura de un cuento infantil lo que parece que se narra?

Sin duda, lejos de ser un efecto retórico –aunque también lo sea– lo que el embajador construye está dentro de lo que el monismo materialista mundano puede ofrecer, a saber, una mitología.

La mitología del saber científico como aquel que nos ofrece «el camino del conocimiento» (pág. 66) o el «fundamento último de la realidad» (pág. 67).

Para mayor prueba podemos decir que, según nuestro embajador, «una decisión metafísica sobre si el mundo está ordenado (cosmos) o desordenado (caos), sobre si es abierto o cerrado, sería un atentado (idealista) contra las inagotables potencias generadoras de la materia. Se trata de cuestiones que hay que resolver sin tregua en la investigación empírica, sometida a métodos científicos cada vez más refinados.» (pág. 69).

De este modo, la concepción de la ciencia en la que se apoya para poder deshacer el «error» de la «filosofía occidental» es el fundamentalismo cientificista, en una de sus versiones, por cierto, más «integristas». Desde la atalaya de la Física nos ofrece una de las mejores lecciones de cómo todo monismo «mundanista», es decir, aquel sistema que sólo otorga «realidad» a lo que se presenta determinado por la experiencia humana –en este caso el «conocimiento científico»–, es fruto de un esquema metafísico sustancialista tanto o más «peligroso» que el peor escepticismo, «por muy gruesas que sean las frases materialistas que se utilicen para 'hablar a la imaginación'»{7}.

Los principios objetivos en que puede fundarse esta concepción monista «mundanista» se encuentran, principalmente, además de en la representación «visual» mitológica, también en el «hecho» de que las ciencias parecen no tener ya «tierras vírgenes» que conquistar, habiendo llegado a constituir nuestro «mapamundi». Ahora bien, para calibrar esta «impresión» de «clausura del mundo» es necesario un tratamiento de las Ideas que comience por remover los esquemas sustancialistas que «ciegan» las propias «evidencias» que brotan del análisis crítico de la realidad mundana. Este análisis crítico obliga a distinguir dos planos en la ontología, el general y el especial, porque, aunque los resultados de las ciencias nos ofrezcan la «realidad determinada» (el Mundo, como Idea de la Ontología especial), estos mismos resultados presentan distintas «escalas» del mismo mundo, inconmensurables entre sí (como «inconmensurable» es el cáncer que estudia el biólogo respecto del que detecta el médico en su paciente). Dicha inconmensurabilidad radical no se puede conceptualizar, como hace nuestro autor, como «pluralismo epistemológico», cuando es «ontológico».

La Ontología general que analiza la Idea general de Materia, en efecto, como el mismo Puente Ojea repite, no puede ser pensada en sí misma, al margen del contexto de la realidad del Mundo de la Ontología especial, pero tampoco puede ser eliminada de una ontología materialista que quiera ofrecer instrumentos conceptuales precisos para «entender» no sólo la Ontología clásica, que no es poco, sino la misma «inagotabilidad de lo real». La Materia de la Ontología general no es el Ser de Aristóteles, como Puente Ojea cree, sin duda por una confusión conceptual «de bulto». La correspondencia entre uno y otro respecto de sus sistemas no incluye su identidad. Permítasenos un bonito ejemplo:

Cuando Platón en sus diálogos habla como un geómetra dice que la retórica es a la filosofía como la cosmética es a la gimnástica. ¿Cree don Gonzalo que Platón ha dicho que la retórica y la cosmética son lo mismo?

No es que Gustavo Bueno nos haya «restaurado» la tradición metafísica, sino que la ha reinterpretado desde las coordenadas del materialismo. El resultado de esta reinterpretación no debería ser desconocido para un materialista como Puente Ojea que, creo, le gustaría contar entre sus filas al mismísimo Platón. Ahora bien, como hemos dicho más arriba, no sin cierta tristeza, él ha optado por la retórica.

Por seguir con la retórica, pero introduciendo otro de los lugares comunes del texto objeto de nuestra crítica, ¿no es sorprendente que, según nuestro autor, la «senda de los griegos» nos haya llevado a hablar mediante tautologías y esa misma «senda» le proporcione a él la información veraz?, ¿acaso olvida que las ciencias son producto también de aquellos que quedaron «engañados por la lengua»? ¿Desde qué lengua escribe el embajador? Aquí nos encontramos con otro error «de bulto»: la confusión entre «términos» y «conceptos». Esta confusión es utilizada, sin embargo, sólo como «arma arrojadiza», puesto que el nominalismo que predica parece no afectar a su propio discurso. Con razón la ontología especial de este «monismo materialista» desestima el tercer género de materialidad, reduciendo «todo lo que hay» a «lo físico y lo mental».

3. Por último, desde un punto de vista pragmático, el texto se nos presenta, sin duda, como la negativa a seguir polemizando con los «filósofos». En este sentido, sorprende la buena opinión que le merece la teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno, suponemos que por ser filosofía de la ciencia, sin atender a los compromisos ontológicos que tal teoría entraña.

Por otra parte, no creo que esté de más decir que, probablemente, los estudios sobre historia de la Iglesia Católica de nuestro embajador se puedan poner en paralelo respecto a la ontología escolástica cristiana, puesto que, si hemos de hablar como los geómetras, el Jesús de la Historia es al Cristo de la Fe como el materialismo mundano es al académico: uno y otro se alimentan dialécticamente, pero sin este, aquel nada valdría.

También a efectos pragmáticos, es interesante poner sobre aviso que el dogmatismo del embajador promete difundirse de nuevo el próximo otoño, pues está anunciada una conferencia suya, en Valencia, titulada «Crítica del materialismo filosófico de Gustavo Bueno», dentro del seminario La ciencia y su contexto social, organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (con el patrocinio de la Unión Internacional de Ciencias Biológicas, en colaboración con The British Council; curso nº 7022, de 30 horas, tarifa A: 110 euros), el jueves 3 de octubre de 2002 a las 9:30 de la mañana (en el Palacio de Pineda, Plaza del Carmen 4, Valencia). Para cuantos estudiantes, escépticos o aficionados puedan ser «deslumbrados» por las luces de la razón que tan fraudulentamente «usan el lenguaje».

Notas

{1} Gonzalo Puente Ojea, Opus minor. Una antología, Siglo XXI, Madrid 2002, 396 páginas. El título de la obra es rectificado en una hojita que acompaña al volumen, donde se reconoce un descuido en el latín: debiera leerse Opus minus. Si en el texto principal mantengo el error es por razones prácticas, pues será difícil que esta edición no sea conocida por el título que figura en portada y cubierta. Esto es lo que se lee en esa hojita: «Nota. Por un descuido de atención al titular este libro, el lector debe leer en la cubierta la expresión Opus minus, pues es evidente que en el sustantivo neutro opus rige la forma neutra, minus, del comparativo minor. Espero que este error no reste crédito al tratamiento de los temas que encierra este volumen. G.P.O.»

{2} Op. cit., págs. 62-71.

{3} Gustavo Bueno, El animal divino, Pentalfa, Oviedo 1996 y El Basilisco, nº 19, 1995, segunda época, que recoge los artículos de Pablo Huerga Melcón y Alfonso Tresguerres. En el nº 20, Gonzalo Puente Ojea, Alfonso Tresguerres y Gustavo Bueno «cristalizan» la polémica.

{4} Gonzalo Puente Ojea, El mito del alma. Ciencia y Religión, Siglo XXI, Madrid 2000.

{5} Ensayos materialistas es la obra en la que Gustavo Bueno expone la ontología del sistema llamado «materialismo filosófico». (Taurus, Madrid 1972)

{6} En este sentido, cuando Gustavo Bueno respondió a Manuel Sacristán, en la ya clásica polémica, con El papel de la filosofía en el conjunto del saber, comenzaba certeramente haciendo notar que el breve ensayo de Sacristán era un «hara-kiri» filosófico, puesto que como filósofo profesional estaba afirmando la imposibilidad de la filosofía profesional. Pues bien, ya que el Embajador de España no es un filósofo profesional no podremos decir que su artículo es un «hara-kiri», pero sí que está utilizando «armas» inadecuadas.

{7} Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972, pág. 79.

 

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