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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 5 • julio 2002 • página 2
Rasguños

Función social de la Universidad Popular

Gustavo Bueno

Conferencia pronunciada en el acto de inauguración de las actividades conmemorativas de los veinte años de la Universidad Popular de Gijón

Introducción

1. Veinte años es una cantidad de años que ya puede considerarse como una «fracción (parte) formal» del siglo; y, desde luego, rebasa ya los quince o dieciséis años de duración de una generación, considerada como la unidad del ritmo histórico desde Tácito hasta Dromel (cuyo libro lleva la cita de Tácito) y Ortega.

2. Decimos esto porque si la vida individual se mide por años y la vida social o histórica de las instituciones se mide por siglos o por generaciones, la Universidad Popular de Gijón ya ha traspasado las medidas de una vida individual y ya puede considerarse como una institución consolidada.

3. La Universidad Popular tiene ya historia. Ya pueden contarse en ella «generaciones» de gestores, profesores, alumnos. Se inició en los días de la victoria socialista en las elecciones del Ayuntamiento de Gijón, y en las de España. Hay que considerarla por tanto como un proyecto que, aunque tenga precedentes, sin duda, fue puesto en marcha por el Ayuntamiento de Gijón en el mismo año en el cual el Partido Socialista Obrero Español inició su etapa de gobierno, durante una generación. Esperamos que la vida de la Universidad Popular de Gijón se mantenga en lo sucesivo, cualquiera que sea el signo político de los tiempos.

I. ¿Qué vamos a entender por «función social» de la Universidad Popular?

1. «Función social» es expresión que puede entenderse en un sentido genérico, el que se deriva de tomar el término «social» como referido a la sociedad humana, en general. Es el sentido que alcanzaba en el sintagma «Universidad y Sociedad», que constituyó durante los años sesenta y setenta un tema incesante de conferencias, mesas redondas, debates, &c. Yo he pronunciado por lo menos quince conferencias sobre este tema en aquellos años; confieso que dedicaba su primera parte a criticar el título que se me había propuesto.

a) Que la Universidad Popular, como institución, tiene una función social que la «justifica» y la «exige» es una tautología; puesto que toda institución es social y sólo por serlo nace, vive y hasta muere, según el ritmo propio de las instituciones.

b) Pero además la Universidad Popular, como universidad, tiene un carácter social explícito. Porque el nombre de «Universidad» comenzó (con referencia a instituciones similares a la nuestra) designando una corporación en cuanto tal («Universitas» se refería, en principio, no ya a sus contenidos, tareas, misiones... sino a la asociación, corporación o Universitas Magistrorum et Scholarium; es decir, la Universitas se refería a una institución ya preexistente, denominada Schola o Studium generalis.) El nombre de «Universidad», por antonomasia, fue muy posterior, de finales del siglo XIV. Las universidades más antiguas de España (por no hablar de otras), como la de Sahagún (fundada por Alfonso VI) o la de Palencia (fundada por Alfonso VIII, que logró su continuidad en la de Salamanca), no se llamaron universidades, ni siquiera se les llama así en las Partidas de Alfonso X.

«Universidad» comienza a ser, en París, una corporación o asociación de maestros y discípulos que coexiste con las universidades de tejedores o de talabarteros; sólo que el rasgo que caracteriza a esta nueva universidad no son las lanzaderas o los cuchillos, sino los libros, o las letras. Por eso estas universidades se llamaron «literarias», pero no en el sentido actual que opone las letras a las ciencias, porque también los libros de Algebra o de Aritmética tenían letras: la distinción no se establecía entre letras y ciencias sino entre letras divinas y letras humanas, entre estudios o escuelas de Teología dogmática y estudios o escuelas de Humanidades.

Es cierto que ese «nombre de asociación» (corporación, sindicato, &c.) que originariamente es la Universitas Magistrorum et Scholarium hoy se ha perdido. Y no solamente porque, desde finales del siglo XIV, como hemos dicho, Universitas ya designa la institución (a la que siguen acudiendo todavía hoy maestros y alumnos) sino porque en el caso de las universidades populares, al menos, ya no hay propiamente «alumnos» (o «discípulos» –de «disciplina», que alude a las correas de castigo–) sino «usuarios» o «consumidores» de cultura. Este es un rasgo muy importante que puede servir para perfilar diferencias entre las universidades populares y las universidades tradicionales. Pues las universidades populares de hoy participan de las transformaciones experimentadas por las sociedades occidentales, no sólo del antiguo régimen a la democracia, sino de las democracias del siglo XX (anteriores a la caída de la Unión Soviética) y las democracias actuales, vinculadas formal y explícitamente a la sociedad de mercado. Sociedad en la cual los ciudadanos se constituyen ante todo como usuarios o consumidores de los bienes o productos que la «sociedad» les ofrece. Incluso en las instituciones hospitalarias el enfermo sale fuera de la relación tradicional médico/enfermo (relación llamada «paternalista»), sustituida por la relación dispensador de servicios o bienes/usuario o consumidor (usuario de quirófano, de bisturí, o consumidor de medicamentos).

2. Si es tautológico hablar, en general, de la «función social de la Universidad Popular» (en cuanto institución o en cuanto universidad), ¿cómo podríamos abandonar el terreno de las tautologías o de los encarecimientos retóricos o propagandísticos?

De la única manera posible: partiendo del reconocimiento de que la expresión «función social» es una denominación abreviada de pluralidades de funciones muy diversas. Comparando, confrontando y diferenciando la diversidad de funciones que pueden corresponder a una institución, podremos ver las analogías con otras instituciones y, sobre todo, con las más afines, como son las llamadas «instituciones docentes».

En nuestro caso:

a) Ante todo, la propia Universidad tradicional. Este es, sin duda ninguna, el término fundamental de comparación de la Universidad popular respecto de la Universidad tradicional. ¿En qué se diferencian? ¿En qué se asemejan?

b) Pero también será obligada la confrontación con otras instituciones distintas de la Universidad tradicional, sin perjuicio de conformar una «constelación» de instituciones afines a la Universidad popular:

i. La Iglesia y en particular las Universidades pontificias, o las instituciones promovidas por la Iglesia, y que en algunos casos se denominaron «clases nocturnas».

ii. Los Partidos políticos y sus instituciones «formativas» o docentes, por ejemplo, sobre todo, las Casas del Pueblo.

iii. Las iniciativas privadas de la llamada «sociedad civil», como pudieron serlo en su tiempo las Sociedades de Amigos del País, impulsadas por Campomanes, más tarde los Ateneos, y en nuestros días los Clubs o Asociaciones Culturales.

iv. Por supuesto, todas las instituciones relacionadas con los Museos, los Teleclubs, y numerosos programas (llamados «culturales», «científicos» o «educativos») de radio y televisión.

Sólo contrastando las funciones sociales diferenciales podremos esperar decir algo más preciso sobre la función social de las Universidades Populares.

3. Ahora bien, en el momento de disponernos a analizar la función social de una institución, es preciso distinguir dos perspectivas que son siempre disociables, y que a veces llegan a separarse enteramente:

a. La perspectiva nematológica que envuelve, como una nebulosa ideológica, a toda institución. Es esta una perspectiva en cierto modo emic (si tomamos a los agentes de su proyecto como referencia). Se trata de las funciones asignadas de un modo explícito en los preámbulos de sus constituciones, en sus reglamentos o en sus hojas de propaganda.

b. La perspectiva efectiva (etic) o positiva, es decir, su funcionalismo efectivo. Es obvio que la determinación de este funcionalismo depende del sistema de coordenadas que adoptemos.

Lo importante es esto: no interpretar la nebulosa ideológica como una mera superestructura encubridora, legitimadora o propagandística (como podría derivarse del análisis del adjetivo «cultural» que suele acompañar a muchos de los programas o instituciones que se ofrecen corrientemente: y esto lo decimos en la medida en que sobreentendemos que el adjetivo «cultural» no significa absolutamente nada, fuera de un adjetivo de prestigio, de propaganda) sino advertir que ella, aunque sea falsa en lo esencial, incluye determinadas funciones positivas. No cabe contraponer, por ejemplo, al modo de la confrontación que Unamuno propuso entre Don Quijote y San Ignacio, el «limpiar al caballo a mayor gloria de Dios» o limpiarlo «porque estaba sucio». Sin duda San Ignacio envolvía su operación prosaica en una nebulosa ideológica explícita, para nosotros: A.M.D.G.; pero también Don Quijote, al limpiar a su caballo porque estaba sucio, está respirando en una ideología social encarnada en Rocinante, como un caballo que debe estar limpio, porque él es el instrumento para su proyecto de caballero andante.

La Iglesia es una institución real que está envuelta por una nematología definida por ella misma: es una institución divina; e indirectamente dependen de esta institución divina las Universidades pontificas. Pero de hecho, la Iglesia Católica, incluso la Iglesia Católica medieval, desempeñaba otras funciones estrictamente positivas (funciones de banca, de refugio de peregrinos, de sala de espera, de promoción de gentes humildes, &c.). Hasta las drogas, como institución, o las Selmanas Celtas, tienen su nematología: Aldous Huxley, o Timothy Leary, formularon la ideología de las drogas; la nebulosa ideológica de las Selmanas Celtas necesita una gran actividad (puesto que, desde luego, no son celtas); sus funciones positivas son sin embargo otras: asociaciones, reivindicaciones autonómicas, nacionalistas o racistas, &c.

II. Las funciones sociales de la Universidad facultativa

Como hemos dicho el referente de contraste directo e inmediato, para nosotros, es la Universidad tradicional o facultativa, puesto que la Universidad popular se constituye precisamente en función de aquélla. Una función que a veces se entenderá como opuesta, y otras veces como complementaria.

A. Funciones tradicionales de la Universidad tradicional según la nematología universitaria estándar:

1. La institución universitaria tiene ya casi diez siglos, y esto sin contar sus precedentes clásicos, que fueron, por cierto, instituciones privadas: la casa de Calias –descrita en el Protágoras–, la Academia platónica y el Liceo de Aristóteles. Sólo una hijuela del Liceo, la Escuela de Alejandría, el Museo, comenzó a ser lo más parecido a una universidad de nuestros días.

2. Se comprende, por tanto, que las nematologías vayan evolucionando y cambiando. Es preciso por tanto clasificarlas. Y nos parece que la clasificación más importante, no solamente por sus fundamentos teóricos, sino por su alcance práctico, sería la que establece estos dos grupos de nematologías: las unitaristas y las pluralistas. Podría decirse que las nematologías unitaristas subrayan el Unus de la Universitas, en tanto que las nematologías pluralistas subrayan el alia de la etimología convencional (Unus versus alia). En un caso se presupone que lo que es uno en principio se refracta en diversas partes; en el otro caso se presupone que «las cosas múltiples» en su origen, se mueven hacia una unidad, que acaso es sólo externa o superestructural.

3. Ideologías unitaristas. Las ideologías unitaristas las clasificaremos a su vez en tres tipos, que podríamos poner en correspondencia, prescindiendo del orden, con las tres edades que Comte asignó al desarrollo de la Humanidad.

a. Ideologías teológicas. La formulación más conocida de este tipo de ideologías es la que se expresa en la concepción de la Universidad como institución encaminada a promover la salud, o salvación, de los hombres: la salud del cuerpo individual, encomendada a la Facultad de Medicina, la salud del cuerpo social, asignada a la Facultad de Derecho, y la salud del alma o del espíritu, atribuida a la Facultad de Teología. Como Facultad previa, preparatoria o propedeútica, la Facultad de Filosofía (natural y moral).

b. Ideologías positivas. Estas ideologías aparecen sin duda a raíz de la revolución científica industrial. La Universidad se redefinirá ahora como institución que tiene por objeto el cultivo de la ciencia, y sólo desde ella, de sus aplicaciones técnicas e industriales (lo que diferencia a la Universidad, según esto, de las llamadas Escuelas especiales, Escuelas de artes y oficios, &c., es su perspectiva científica). La ideología de la ciencia unitaria favorecerá la concepción de la Universidad en sentido unitarista. Es muy importante tener en cuenta que la ideología positiva segrega de la Universidad propiamente dicha a las Facultades de Teología, al menos en los países católicos, que en España quedan incluidas en las Universidades pontificias.

c. Ideologías metafísicas (humanístico espiritualistas). Quizá estas sean las más influyentes, aunque con otros nombres, en nuestros días. Han sido promovidas paralelamente al auge de las llamadas «ciencias culturales»; y en especial es la ideología universitaria que en España ha divulgado Ortega en varios escritos suyos y especialmente en su Misión de la Universidad.

Permítaseme dedicar unas palabras a la idea que Ortega tiene de la Universidad, dada la importancia que esta idea ha alcanzado, teóricamente, en la nematología de las universidades actuales y su «vigencia» nematológica (decimos esto porque, de hecho, las ideas de Ortega están enteramente marginadas en la práctica y en los proyectos universitarios actuales, a pesar de que se siga citando a Ortega de modo más bien ornamental).

Ortega se situó en las coordenadas generales de este espiritualismo cultural antipositivista y antimaterialista cuando tuvo que formular su concepción de la universidad. En su manifiesto Misión de la Universidad, publicado en 1930 (un año antes de que se presentase en Londres la comunicación de Boris Hessen sobre las raíces sociales y económicas de los Principia de Newton, que Ortega ignoró), Ortega comienza «descargando» a la Universidad de todos los componentes «adventicios» que, sin embargo, suelen ser tenidos como los verdaderos problemas universitarios. Por ejemplo, Ortega separa los problemas genuinos de la Universidad de los problemas derivados de la «cuestión social»: da lo mismo –su esencia es la misma– si a la Universidad acuden los hijos de la burguesía que si comienzan a acudir, en su día, los obreros. Tampoco le incumben, según él, las cuestiones organizativas internas; incluso sugiere que el orden interno de la Universidad no tiene por qué correr a cargo de los catedráticos, ayudados por la «guardia suiza de los bedeles», sino que podría ser encomendada a los propios estudiantes (Ortega prefigura así lo que diez años después sería el SEU, o Sindicato Español Universitario). Según Ortega la Universidad, la española y la europea, tiene un problema fundamental: que está des-pedazada, que carece de unidad. Y es obvio que quien se aproxima, desde una perspectiva unitarista, a la realidad empírica de la universidad española o europea, lo primero que tendrá que advertir sería esta falta de unidad, interpretando la pluralidad real como un des-pedazamiento. Sólo que en lugar de aceptar, como un hecho, esta pluralidad irreducible de la Universidad, como consustancial de la institución universitaria, se percibirá como un problema. Un problema, por tanto, que se le plantea a la Universidad en la medida en que se suponga que ella tiene una misión propia, a la que corresponde, entre otras cosas, dirigir su voz propia a las instancias supremas de la política nacional o internacional.

El unitarismo desde el que se intenta concebir la misión de la Universidad inspirará a muchos ideólogos que antes y después que Ortega han formulado esquemas, generales o particulares, relativos a la «autonomía universitaria», pero en su sentido más profundo, y no en el sentido meramente administrativo. Sólo cuando la Universidad haya recuperado la unidad que constituye su esencia, podrá alcanzar esta soberanía de juicio y consejo que le corresponde, respecto de la sociedad, y le permitirá pronunciar los manifiestos propios de los sabios.

Pero Ortega, en la línea de Rickert o de Cassirer, no fundará ya la unidad de la Universidad en la supuesta unidad de la investigación científica, sino en la realidad radical de la que, según él, brota esa misma investigación, que constantemente tiende a desvirtuarse, o a eclipsarse, por la «barbarie del especialismo»: Ortega propone directamente una Facultad de Cultura, como núcleo en torno al cual la Universidad podría recuperar la unidad que le corresponde por esencia. Ortega no entiende, sin embargo, esa Facultad de Cultura como una Facultad en la que habrían de cultivarse las «ciencias culturales» de Rickert, sino los grandes esquemas vigentes relativos a la concepción física del Mundo, de la Historia, de la Vida, ...

Y aquí es precisamente en donde, por mi parte, encuentro el punto más débil de la formulación que Ortega hizo de la «Misión de la Universidad». Porque esta Facultad de Cultura es en realidad una Facultad de Filosofía, en la cual la Filosofía, como la Cultura, habría que entenderla, como es obvio, al modo como Ortega entendió la Filosofía y la Cultura.

Pero esto es lo que se trata de demostrar. No es un principio del que pueda partirse para dar cuenta de la unidad de la Universidad y de su supuesta «misión». El manifiesto de Ortega es, a nuestro juicio, una pseudosolución, que se sale del marco de los problemas, y a ello se debe, sin duda, el que sus ideas no hayan sido seguidas de hecho; más aún, si lo hubieran sido, la Universidad habría quedado prácticamente disuelta.

4. Ideologías pluralistas. Para el pluralismo, por ejemplo, para el materialismo filosófico, la Universidad es ante todo un conjunto plural de instituciones a las que no se les puede asignar una misión propia unitaria. En general, las disciplinas científicas cultivadas en la Universidad tienen, cada una de ellas, su propio ritmo, su propio «destino», sin perjuicio de la interdisciplinariedad. Pero, sobre todo, en la institución universitaria se integran también «disciplinas» que poco tienen que ver con las disciplinas científicas estrictas, por ejemplo, las disciplinas artísticas, las literarias, o las jurídicas. Y, por supuesto, las disciplinas filosóficas. Es cierto que el profesor de filosofía puede considerarse una y otra vez equiparado, en cuanto profesor, al profesor de Química o al profesor de Mecánica, por sus cursos, horarios de trabajos, relación con los alumnos, exámenes, calendarios, derechos y deberes laborales. Pero esto no hace que la Filosofía pueda quedar anegada por las características derivadas de la condición genérica de los profesores. Más aún, estas condiciones genéricas contribuyen a una orientación de la filosofía hacia direcciones que le son ajenas, sin perjuicio de que con ello se constituya una nueva especialidad, la filosofía filológica o doxográfica, la «filosofía de profesores para profesores».

La Universidad, como concepto unívoco, capaz de manifestar la estructura interna de las diferentes partes que contiene, es una ficción. Por decirlo así, no existe la Universidad, sino el conjunto de sus Facultades, de sus Departamentos o de sus Disciplinas. Y esto dicho muy lejos del espíritu del nominalismo. Porque, al menos es lo que pretendo afirmar, no es que no sea posible un concepto universal, como pueda serlo el concepto de triángulo. Reconocemos que el término Universidad es un rótulo que, en el tráfico urbano, designa a una multiplicidad heterogénea de Facultades, Departamentos, disciplinas, &c., y que contiene una cierta unidad genérica, incluso unívoca; sólo que esta unidad no es recta, sino oblicua, es decir, no va referida a alguna estructura genérica interna, común a todas sus partes, sino a alguna estructura extrínseca, a alguna superestructura común a esas partes, aún cuando la institución universitaria se constituye en torno a esa superestructura. Ocurre así con la unidad del concepto de Universidad como ocurre con la unidad del concepto libro. ¿Quién puede dudar de que el libro representa un concepto susceptible de definición rigurosa, incluso unívoca? Solo que este concepto no será interno a los contenidos propios de cada libro (¿qué tiene que ver un libro de poemas con un libro de Termodinámica, con una novela o con un catálogo de libros?). La unidad del libro, del códice, por ejemplo, se funda en su estructura corpórea, en su volumen, en su encuadernación. Esta estructura es la que inspira a los editores, a los libreros, en cuanto empresarios industriales o comerciales, el culto al libro, las Fiestas del Libro (¿de qué libro?, habría que preguntar), la mitología de la creación de hábitos de lectura de libros (¿de qué libros?). ¿Quién, salvo el librero, se atrevería a suscribir un manifiesto sobre la «misión del libro»? Pero la unidad de la Universidad podría equipararse a la unidad de una «encuadernación institucional», a la que habrían ido ajustándose las ciencias, artes, disciplinas y técnicas más heterogéneas.

Si el adjetivo «universitario» dice algo –en particular, cuando se aplica a sujetos tales como «espíritu universitario» o «vocación universitaria», incluso «ética» o «moral universitaria»– es porque se opone a lo que no es universitario. Pero la frontera entre lo que es universitario y lo que no lo es, es una frontera que parece destinada a separar estratos sociales diferentes, con prestigios coyunturales también diferentes. Las estructuras vinculadas directa o indirectamente a clases sociales diferentes que suelen denominarse como «capas intelectuales» y «capas obreras» de la sociedad (denominación ridícula desde el momento en el que un obrero mecánico, por ejemplo, necesita ejercitar su intelecto acaso con mucha mayor intensidad que un profesor o un escriba). La «vocación universitaria» sólo tendría, según esto, como común denominador, la aspiración de los individuos o de las familias a lograr la «liberación» de las actividades «mecánicas» propias de los hombres que se suben a los andamios, que bajan a las minas o que se mantienen sujetos al tractor; es decir, la aspiración al ascenso social representado simbólicamente por profesiones tales como abogado, médico, boticario o economista. Por tanto, el estudiante que, habiendo terminado su bachillerato, dice sentir, y muy profundamente, una «vocación universitaria», lo que está sintiendo es su «vocación» (emanada de su familia, de su medio social) por ingresar en un estamento social constituido por abogados, médicos, arquitectos o economistas, en tanto estas profesiones gozan de un prestigio mayor del que suelen tener los obreros industriales, los agricultores o los ganaderos. La «vocación universitaria» –que, en principio, podría satisfacerse tanto en una Facultad de Derecho, como en una Facultad de Medicina, en una Facultad de Física como en otra de Filología semítica– es una vocación falsa, oblicua, y quien se cree movido por ella para entrar en la Universidad demuestra estar prisionero en una muy espesa «falsa conciencia». Quien desea ir a Madrid, a Sevilla, a Valencia o a París en tren, irá a la estación, no ya movido por una «vocación ferroviaria», sino movido por un interés determinado hacia el objeto de su viaje. Sólo un maniático iría a la estación impulsado por su «vocación ferroviaria». Sólo un ingenuo, que en rigor está desinteresado por cada una de las disciplinas que se cultivan en la Universidad, puede decir que quiere entrar en la Universidad, o permanecer en ella, impulsado por su «vocación universitaria».

B. Funciones positivas de la Universidad facultativa.

Las funciones positivas de la Universidad son sin duda múltiples y plurales:

1. Desde luego las funciones científicas, teóricas, doctrinales, aunque no sean estrictamente científicas.

2. Pero también otras funciones no científicas, principalmente las de ofrecer altas titulaciones que permitan el ejercicio de determinadas profesiones.

3. Y desde luego funciones no científicas, de índole doctrinal, aunque con fuerte carga teórica.

III. La Universidad Popular

A. Funciones sociales de la Universidad Popular en la perspectiva nematológica.

En muchos lugares podemos investigar la nematología de las universidades populares, particularmente en los documentos preambulares, en los discursos de apertura, &c. Buscaríamos en primer lugar estas funciones por contraste con las de las Universidades facultativas.

1. Ante todo el nombre. «Popular» viene de populus, pueblo, de donde «público». Pero Universidad popular no es lo mismo que Universidad pública, en el lenguaje cotidiano. Público se opone a privado (también a la Iglesia o instituciones privadas). Popular se emplea, en cambio, frente a dos referentes muy mezclados:

i. En el antiguo régimen el pueblo se oponía a la aristocracia, a los sacerdotes, a las elites («el pueblo está ilustrado», dice Volney, en Las ruinas de Palmira, oponiéndolo a la «minoría pequeñísima» de sacerdotes que quieren mantenerlo en la superstición). Es una denominación que se constata todavía en las «Repúblicas populares», en cuanto opuestas a las «Repúblicas burguesas».

ii. En los regímenes democráticos el término popular suele oponerse al término académico o profesional. Las «clases populares» suelen incluir a los vecinos de los barrios, a trabajadores no universitarios o no titulados, a profesiones manuales, &c.

2. «Popular» en Universidad popular se opone sobre todo a la Universidad facultativa, pero sobre un fondo común. Ante todo, como característica general de este fondo común, cabría establecer la condición de adultos, mayores de edad, de los alumnos o de los usuarios. Es decir, de personas que han rebasado la mayoría de edad, los estudios primarios y, en nuestros días, los secundarios, pero que no han accedido a la Universidad.

3. Y esto es el principio de una diferencia de clases, de formación cultural o científica o profesional. En este sentido la Universidad popular se propone mirar a estas clases que no han accedido a la Universidad facultativa, y se dirige a ellas precisamente para cultivarlas, y para cultivar en adelante actividades que quedan de hecho marginadas de la Universidad tradicional. La llamada «extensión universitaria» fue asignada como una responsabilidad propia de la Universidad facultativa.

4. Pero las Universidades populares son en cierto modo la contrafigura de la Extensión universitaria. Porque se trata de dos corrientes que marchan en sentido contrario, aunque algunas veces caminen en la misma dirección. Por ello su confluencia puede llegar a ser turbulenta.

La Extensión universitaria es un movimiento, originado en Inglaterra (la University extension, que el profesor Stuart de Cambridge fundó en 1871), sin duda siguiendo precedentes importantes que Leopoldo Palacios señala con precisión en su libro Las universidades populares, recordando que desde 1800 en Inglaterra existen multitud de asociaciones obreras que seguían la línea de los institutos mecánicos de Lord Brougham: «todavía en 1845 permanecían las Universidades inglesas estudiando para sí solas, dentro de sus muros, separadas del mundo».

La Extensión universitaria es pues un movimiento que tiende a proyectar la Universidad facultativa (cuyo público era la aristocracia y, sobre todo, la burguesía o las clases acomodadas rurales o urbanas) hacia el pueblo trabajador, ya sea para repartir sus riquezas, con espíritu de justicia distributiva, ya fuera para educarle (como decía ingenuamente Adolfo Posada, refiriéndose a la Extensión universitaria de Oviedo). En este sentido, la tan ponderada por su «progresismo y preocupación social» Extensión universitaria de Oviedo, por ejemplo, mantuvo una actitud política paternalista y aún reaccionaria. En general las Extensiones universitarias podrían ser vistas como mecanismos de domesticación del espíritu revolucionario, durante el periodo de 1870 a 1914, o si se prefiere, desde la Guerra Francoprusiana a la Primera Guerra Mundial, que formaba la parte más peligrosa de la llamada «cuestión social», exacerbada por la Comuna de París.

Las Universidades populares surgen en cambio a partir del propio pueblo trabajador, de sus ideólogos y de las organizaciones obreras. Es el «pueblo» quien, al margen de la Universidad facultativa, quiere alcanzar la más alta institución del saber, es decir, la Universidad; y, por ello, se acoge al nombre (Universidad) porque busca reconstruir la institución «desde el pueblo». Su fundador, el francés Deherme (que era anarquista), parecía en efecto inspirado por este principio: que el pueblo, y desde él, alcance los valores máximos que la historia había concedido a la aristocracia y a la burguesía. ¿No proyectó también Deherme los «Palacios del Pueblo»? A fin de cuentas es la misma idea que inspiró a Lenin la edificación del Metro de Moscú o, en otro orden, a Girón (desde el Ministerio de Trabajo, no desde el Ministerio de Educación Nacional –que atendía a las Universidades facultativas–), la Universidad Laboral de Gijón, creada como alternativa a una Universidad burguesa de Oviedo, que por cierto había sido quemada por el pueblo, durante la Revolución de 1934.

Sin embargo, se comprende que desde la perspectiva de los partidos revolucionarios, las Universidades populares, y no sólo la Extensión universitaria, suscitasen recelos a los propios partidos políticos de izquierda, como se advierte en manifestaciones del propio Lafargue, de Guesde y, en España, de Besteiro.

En cualquier caso es importante constatar cómo después de la victoria de la Revolución comunista, la antítesis que hemos apuntado se mantuvo en lo esencial:

En la URSS a propósito del Proletkult (Proletarskaya Kultura): una organización cultural educativa fundada en 1917 (A. Bogdanov, Pletnev) que negaba la continuidad del progreso de la burguesía y del proletariado; perspectiva que adoptó el propio Marr, con su delirante teoría de los lenguajes nacionales, como lenguas de imperios, propias de las clases vencedoras y explotadoras, que sería preciso sustituir por una nueva lengua internacional emanada del proletariado victorioso. Lenin, como es sabido, se opuso a esta corriente: «La cultura proletaria tiene que ser el desarrollo del acervo de conocimientos conquistados por la Humanidad.» De ahí las primeras medidas de la nueva Unión Soviética: liquidación del analfabetismo (1919), Facultades obreras (una especie de escuelas medias anejas a los centros de enseñanza superior), Asociación de Escritores Proletarios de Rusia (Mijail Sholojov –El don apacible–, &c., que vuelven en parte a las tesis del proletkult, a raíz de la NEP, en 1923).

En China la Revolución Cultural de Mao (1960), que entre otras cosas envió a los profesores de las Universidades chinas a reeducarse segando campos o realizando actividades paralelas.

B. Funciones positivas

1. En cuanto a la oferta. Las funciones positivas en cursos y talleres de la Universidad Popular de Gijón es muy variada y precisa. El catálogo de especialidades formativas es muy amplio y comprende diversas áreas. El área primera se refiere a ocupaciones tales como la agricultura, animación, expresión dramática, electricidad, turismo, &c.; en el área segunda se inscriben las atenciones hacia las necesidades educativas específicas relativas a dinámica de grupos, cocina, entorno personal, &c.; el área tercera comprende la formación cultural y para el ocio (museos, guitarra, &c.).

2. En cuanto a la demanda. La Universidad Popular de Gijón acoge a una población en torno a las 2.000 personas (frente a las 40.000 de la Universidad facultativa asturiana). Es cierto, sin embargo, que no cabe mantener la correspondencia entre la oposición Universidad popular /Universidad facultativa y la oposición entre lo popular y lo profesional (en el sentido de las profesiones liberales, asociadas tradicionalmente a la burguesía), porque a la Universidad facultativa acuden ya en nuestros días estudiantes de todas las clases sociales.

Los varones de la Universidad Popular de Gijón, según encuestas fiables, parecen preferir los cursos, mientras que las mujeres parecen preferir los talleres.

En cuanto a los motivos de la demanda, sin duda algunos son supletorios de la Universidad facultativa, o de Escuelas de Artes y Oficios. Hay sin duda «usuarios titulados» (aunque en una proporción que no alcanza el 10%). Otros buscan mejorar su situación laboral (aunque en mucha menor medida). Otros motivos de la demanda son más específicos de una Universidad Popular: adquisición y mejora de conocimientos, posibilidad de ampliar relaciones sociales, participar en actividades culturales y ocupar el tiempo de ocio.

Final

1. Las diferencias en la oferta de la Universidad Popular respecto de la Universidad facultativa la pondríamos, si no nos equivocamos, no solamente en los contenidos, sino sobre todo en el modo de ofrecerlos.

La Universidad facultativa procede de modo eminentemente teórico y doctrinal (ya se trate de una doctrina científica o de una doctrina no estrictamente científica). De ahí la importancia que en la Universidad facultativa tienen las Matemáticas, la Física general, las disciplinas de carácter teórico que se contienen precisamente en las llamadas «partes generales» de las disciplinas correspondientes (Fisiología, Derecho Penal, Derecho Civil, &c.). Esto es lo que muchos precisamente reprochan a la Universidad facultativa: que sus licenciados salen de sus Facultades sin saber «nada en concreto»; acusación errónea, porque la Universidad facultativa no tiene entre sus fines propios la formación de técnicos o de profesionales en cuanto tales, sino precisamente el cultivo de disciplinas científicas o doctrinales de carácter eminentemente teórico. Precisamente por ello se distinguen las Facultades estrictamente tales de las Escuelas Prácticas Profesionales, desde las Escuelas para Jueces hasta las prácticas MIR para los médicos.

La Universidad Popular procede en cambio de un modo eminentemente pragmático, prefiriendo aplicaciones prácticas antes que «doctrinas» o «teorías» –de hecho hay poca Matemática o poca Filosofía; a lo sumo hay en ellas más bien divulgación biológica o científica, más próxima a esos esquemas que Ortega asignaba a la Facultad de Cultura.

En la práctica las Universidades populares se interesan sobre todo por «hacer cosas», incluso se enseña a mirar un cuadro, o se enseña a leer libros, antes que ofrecer teorías del Arte o teorías de la Literatura.

2. En cuanto a la demanda, la Universidad popular mantiene efectivos sus proyectos: cubrir las necesidades de una población que no está en general cubierta por la Universidad facultativa.

Pero esta población –y esto es lo más importante que desearíamos subrayar– debe comprender también a la misma población facultativa constituida por todos quienes dejan de ir a una Facultad con respecto de las otras. Aquí es donde advertimos la fatal influencia de la concepción unitaria de la Universidad a la que antes me he referido. Sólo cuando enfocamos unitariamente la Universidad podemos entender sus planteamientos oponiendo globalmente la «población universitaria facultativa» a la «población no universitaria facultativa». En una visión pluralista de la universidad la diferencia se establecerá de este otro modo: «población facultativa propia de una Facultad determinada» (Medicina, Química, Derecho, Psicología, &c.) y «población no especializada en una Facultad dada». Pero esta población no especializada, ya esté adscrita a la Universidad facultativa, ya esté fuera de ella, podría considerarse con todo derecho como la población potencial de las Universidades populares.

3. Que, de hecho, la población efectiva de las universidades populares alcance menos del 10% de titulados universitarios superiores, no quiere decir que no pueda crecer esta fracción en el público potencial. Para ello habría que incluir ofertas teóricas en proporción significativa. Es cierto que ello depende del nivel de los usuarios; pero esta cuestión es coyuntural y tampoco hay que olvidar que ella se realimenta con la oferta. Una parte del público que asiste a conferencias no facultativas, en las diferentes salas de la ciudad, podría acudir a cursos teóricos regulares organizados por la Universidad Popular. Y con ello la propia estructura de la Universidad Popular se aproximaría a lo que puede ser dentro de la sociedad del presente.

Esto es lo que os deseo, después de felicitaros por tener ya esta institución en marcha, gracias al Ayuntamiento de Gijón. Permitidme terminar, como reivindicación de la teoría, con unas palabras de Lenin: «El pensamiento abstracto, cuando es verdadero, no nos aleja de la realidad, sino que nos acerca a ella.»

Reconstrucción de la conferencia pronunciada en el Salón de Actos del Antiguo Instituto de Gijón, el día 3 de junio de 2002, en el acto de inauguración de las actividades conmemorativas de los veinte años de la Universidad Popular de Gijón.

 

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