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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 2 • abril 2002 • página 19
Priones

Guerras papales

Javier Neira

Se ofrece una hipótesis para explicar la creciente publicidad de escándalos sexuales de los que son protagonistas clérigos católicos

La actualidad está salpicada de forma creciente por noticias en las que aparecen curas, sacerdotes de la Iglesia católica, implicados en sucesos gravísimos. Es tal la frecuencia y el caudal que no se pude hablar con propiedad de salpicaduras ni de lluvia fina sino de verdadero diluvio que como el sagrado que relata la Biblia indica que algo de extrema importancia está sucediendo. Un diluvio que se centra fundamentalmente en las denuncias de agresiones sexuales de sacerdotes a personas próximas que asaltan abusando de la confianza o de su posición de superioridad. Hace poco más de un año se supo que monjas católicas eran sistematicamente violadas en misiones de Africa por sacerdotes católicos. Es más, alguna madre superiora había llegado a propiciar semejantes sucesos pensando que mejor era que todo quedase en casa. Documentos de denuncia en ese sentido fueron enviados al Vaticano sin que obtuviesen respuesta hasta que la prensa de EE.UU., cinco años después de las denuncias, los sacó a la luz. En cualquier caso, el silencio ha vuelto a caer sobre esos hechos.

En los últimos meses, la nueva oleada de escándalos levantada se refiere a las actuaciones de curas pederastas en EE.UU. Desde el pasado mes de enero, más de setenta han sido apartados de sus misiones pastorales. También algún obispo ha sido acusado de esas prácticas repugnantes no solo en América del Norte. Hace quince días se sabía del caso de un obispo polaco, por no recordar ya al cardenal arzobispo de Viena que hace unos años tuvo que dejar el cargo tras denuncias del mismo tipo realizadas por ex seminaristas.

Tales cadenas de hechos, por su importancia y trascendencia, requieren siquiera una hipótesis que sirva para explicar por qué ocurren, a qué mecánica responden y qué resultados cabe esperar de su desarrollo futuro.

Como el núcleo de las denuncias se centra en los EE.UU. se puede suponer que fundamentalmente es un fenómeno propio de ese país. Así, se trataría de un rasgo indeseable dentro de la idiosincrasia de los yanquis. O quizá, con más precisión, las denuncias serían lo característico de esa idiosincrasia: un país donde los ciudadanos gozan de gran libertad, donde la justicia funciona, no existen barreras para que se conozcan los sucesos, por graves que sean, y se intenten corregir los delitos habitualmente más ocultos.

También se puede suponer con fundamento que en EE.UU. existe aun, de alguna forma, el clima de las guerras de religión, de manera que las denuncias serían resultado del apoyo y hasta de la intriga de otras confesiones que tratarían de minar al catolicismo. En resumen: todo eso puede ser cierto y puede estar funcionando en la salida a la luz pública de la catarata de escándalos sexuales, pero no parece suficiente para explicar un fenómeno así.

A mi juicio se debería buscar en el interior de la propia Iglesia católica. En los últimos años han sido publicados al menos tres libros que dan mucha información sobre lo que está sucediendo verdaderamente en la Iglesia. Se trata de tres libros anónimos, algo que a estas alturas resulta insólito. El primero, titulado en la edición española como El Vaticano contra Dios, está firmado por «Los Milenarios», una denominación colectiva bajo la que supuestamente se esconde un grupo de monseñores, de miembros de la curia, hartos de ver cosas y callar. Es un libro magnificamente escrito, siempre desde una perspectiva muy conservadora, y que denuncia la hipocresía y los juegos de dinero y poder de sectores muy influyentes en la Iglesia. Fundamentalmente habla de círculos liberales.

Poco después se publicó Mentiras y crímenes en el Vaticano, firmado por «Discípulos de la verdad», un grupo también de curiales de carácter centrista que el año pasado publicó otro libro, A la sombra del Papa enfermo, donde dan palos a derecha e izquierda y señalan que Juan Pablo II no tiene apenas poder. Explican su continuidad por el equilibrio de fuerzas existente en la actualidad en la Iglesia de manera que a nadie le conviene que dimita, que se produzca un desenlace incierto, prefiriendo que el estado de cosas se prolongue lo más posible.

Estos libros, por encima de la discutible veracidad de sus contenidos, son unos testimonios impresionantes y muy detallados de la guerra interna que existe en la Iglesia católica, enmarcada en los últimos años en la prolongación del papado y en la incógnita de su sucesión.

Todo indica que para el próximo conclave los conservadores –mejor sería denominarlos como continuistas– llevan las de ganar. Solo si se logra convencer no solamente a los cardenales sino al conjunto de la opinión pública creyente de que el actual estado de cosas no puede continuar se lograría abrir una sucesión con otro rumbo, quizá pensando, por ejemplo, en un nuevo Concilio, quizá pensando en que lo curas se puedan casar o que las mujeres puedan ser sacerdotes. De ser así, las denuncias sobre agresiones sexuales que se están produciendo en verdadero tropel, sobre todo en los últimos meses, tendrían el efecto de hacer reflexionar a los católicos sobre la situación de la Iglesia y la necesidad de pensar en un nuevo Papa que se plantee romper con la línea de Juan Pablo II. Esa es la hipótesis, ese es el prión.

 

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