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David Stoll · ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina

De México a Vietnam

El Instituto Lingüístico de Verano apareció durante los años anticlericales de la Revolución Mexicana. Extendiendo su mano de Buen Vecino para enseñar español a los indígenas, unos pocos lingüistas de los Estados Unidos se ganaron la confianza de funcionarios públicos, y pronto se multiplicaron por las montañas y selvas de México. Gradualmente, los lingüistas explicaron que también deseaban traducir la Biblia. En ¡Dos mil lenguas por delante!, la historia de los Traductores Wycliffe de la Biblia, escrita por Ethel Wallis y Mary Bennett, la divina providencia abre las puertas de México a Guillermo Cameron Townsend. En el momento en que el libro fue publicado, en 1959, el protocolo que requería la identidad dual del grupo no permitió que se ofreciera una explicación precisa de la aparición del Instituto Lingüístico y de Wycliffe. James y Marti Hefley hacen un avance al respecto en su biografía del fundador, Tío Cam, publicada en 1974: las milagrosas coincidencias empiezan a aparecer como el resultado del cálculo y la habilidad teatral. Ahora que el Instituto Lingüístico ya no goza del aval oficial en su tierra de nacimiento, bien podemos preguntarnos, ¿cómo llegó a la cuna?{1}.

El Señor mismo parecía haber abandonado a México en los años treinta. La tensa calma que siguió a los grandes levantamientos dos décadas atrás fue aprovechada por los protestantes para introducirse en la vida pública y prosperar como nunca antes. Su enemigo, la Iglesia Católica, se encontraba hostigado por el Estado. Bajo el gobierno de Plutarco Elías Calles (1924-34) y otros generales revolucionarios, México se hizo famoso por la sedición clerical y la persecución religiosa. Cuando el clero católico se fue a la huelga en 1926, miles de campesinos se rebelaron contra la [100] dictadura de Calles bajo la consigna: ¡Viva Cristo Rey! Al comienzo de los años treinta, con el movimiento a favor de la Educación Socialista, la campaña contra la religión se volvió tan furiosa que hasta los protestantes se vieron obligados a trabajar clandestinamente.

Para explicar su inserción en México en este delicado momento, el ILV ha invocado siempre la amistad entre su fundador y el Presidente Lázaro Cárdenas (1934-40), uno de los grandes latinoamericanos de este siglo. Con el respaldo de los comunistas y siendo, en la opinión de algunos, un digno precursor del anticristo, Cárdenas consiguió manejar a sus generales revolucionarios copartidarios, para luego ponerse del lado de los trabajadores contra los industriales, distribuir más tierra que cualquier otro presidente, y disgustar a los inversionistas norteamericanos al nacionalizar sus pozos petrolíferos. Luego, después de canalizar el descontento popular hacia el Partido Revolucionario Institucional, vio cómo éste desbarataba sus reformas hasta el día de su muerte. Ya que bajo Cárdenas los asesinatos políticos y la persecución religiosa continuaban a rienda suelta, el novelista católico Graham Greene tituló su retrato del México de esos años Los caminos sin ley. Guillermo Townsend recorrió estos mismos caminos con su amigo el Presidente y, en una biografía completa, lo alabó como el demócrata mexicano. Con el patrocinio de Cárdenas, Townsend reabrió un campo cerrado a los misioneros norteamericanos y creó un instrumento versátil para la expansión evangélica en otras partes. Hizo de un general mexicano agnóstico y antiimperialista el santo patrón del ILV para América Latina, y vio su obra prosperar por más de cuarenta años.

Como una veleta, Townsend identificó su labor con causas más publicitadas, que podían abandonarse cuando ya habían dejado de servir al objetivo de traducir la Biblia. Mientras en Estados Unidos apelo a los temores de los fundamentalistas, ofreciendo aterrorizar a los bolcheviques con la Biblia en la mano, en México ligó la suerte de Wycliffe al indigenismo, a la ideología de las primeras burocracias de asuntos indígenas en América Latina. Ofreciendo estudiar los numerosos idiomas, enseñar español a los indígenas e integrarlos a la vida nacional, formó un instituto que colmaba los sueños de los indigenistas mexicanos. Luego, cuando Cárdenas recuperó los campos petrolíferos en 1938 y la reacción norteamericana amenazó con destruir su Instituto, Townsend desafió las furias anticomunistas, al transformarse en un cruzado del Buen Vecino a favor de los derechos mexicanos.

Estos manejos oportunos conformaron la base política del Instituto Lingüístico. Construida a la imagen del indigenismo, la misión de Townsend introdujo la lingüística descriptiva a país tras país, prometiendo con ello [101] forjar la unidad nacional. De ser un crítico anti-trust de las inversiones norteamericanas en México, Townsend se transformó en su promotor en Sudamérica. Aquí su instituto indigenista se convirtió también en un representante autoproclamado del Programa de Cuatro Puntos del gobierno de Estados Unidos y un pionero de la civilización en la selva amazónica. Cuando Estados Unidos lanzó su cruzada anticomunista en el Lejano Oriente en los años cincuenta, el Instituto Lingüístico estuvo también allí, en Manila y Saigón sitiados, de la misma forma que estuvo en toda América Latina cuando sonaron las trompetas de la Alianza para el Progreso en los años sesenta.

Mientras Townsend coqueteaba con generales y políticos, comunistas y cruzados de la guerra fría, su problema más grave eran sus propios seguidores y sostenedores, quienes se horrorizaban una y otra vez ante su conducta. Habiendo sido auspiciados por la Agencia Misionera Pionera, los graduados de los primeros Campamentos Wycliffe (1934- ) difícilmente pudieron reconciliar sus aspiraciones evangélicas con las leyes mexicanas que prohibían que extranjeros realizaran actividades clericales. Tampoco les agradaba la idea de trabajar para un régimen que ellos consideraban bolchevique. Como lo haría siempre, en este caso Townsend dio prioridad a sus relaciones con gobiernos extranjeros por encima de las que mantenía con grupos evangélicos en Estados Unidos. Esto, con la convicción acertada de que, a pesar de los métodos empleados, el logro de aperturas en el campo serviría para disminuir la crítica a su danza de los siete velos, así como para atraer a nuevos reclutas. El fundador insistió no sólo en que sus seguidores trabajaran para sus amigos bien ubicados, aun cuando éstos fueran sospechosos de simpatías comunistas, sino también en que subordinaran la satisfacción inmediata de salvar almas, a la más fructífera meta a largo plazo de traducir la Biblia.

Eran éstos los primeros asaltos de una batalla que Townsend libró todavía hasta la década de los setenta, para superar el provincialismo norteamericano que impedía la expansión de Wycliffe. Las disputas entre Townsend y sus correligionarios sobre la manera en que los fundamentalistas podrían acomodarse a las nuevas perspectivas mundiales de su país, dieron lugar a las 'dos organizaciones' como hoy las conocemos. Cuando en 1936 Townsend logró persuadir a sus seguidores de establecerse en México como el Instituto Lingüístico de Verano, la medida no calmó las ansiedades de sus auspiciadores en Estados Unidos. Descubrió que explicar completamente su programa a sus sostenedores norteamericanos le perjudicaría tan seriamente como hacerlo a los mexicanos. En 1942 la incorporación conjunta del Instituto Lingüístico de Verano y los Traductores Wycliffe de la Biblia en California, institucionalizó un doble pretexto, destinado a ser [102] utilizado tanto en Estados Unidos como en el exterior. De esta manera, la retención de información llegó a ser el eje de la práctica del ILV/TWB, tanto interna corno externamente, mientras Townsend y sus lugartenientes intentaban asegurar el apoyo de los miembros para su próxima prueba de fe.

La ansiedad y el escepticismo a que esto dio lugar, produjo a su vez la impresionante elaboración de mitos y justificaciones institucionales que caracteriza al ILV/WB, así como la veneración con que se ha tratado al fundador. El costo de este oportunismo constante fue la acumulación de promesas sin posibilidad de cumplirse, la confusión dentro de Wycliffe y la desconfianza por parte de los demás. Sin embargo, aunque el ILV/WB ha querido hacerse todo para todos, ha entrado en el juego político y proclamado la fe en todo lo que fuera necesario, nunca se ha desviado de las metas expresadas por su fundador en términos de traducir la Palabra de Dios. La firmeza de su razón de ser se debe en parte a la convicción de que, no obstante su gama de experiencia sin precedentes con los pueblos nativos y sus múltiples subterfugios, el ILV/TWB no puede arriesgar ofender ni a sus sostenedores en Estados Unidos ni a los gobiernos anfitriones. Aun siendo el maestro ilusionista que era, Townsend no pudo evitar establecer compromisos que definieron los intereses perdurables de su institución y que la condujeron a su crisis actual en América Latina.

Si era importante no revelar a los sostenedores en Estados Unidos la forma exacta en que Wycliffe llevaba a cabo la Gran Comisión, lo era aún más asegurarles que, a pesar de los rumores de conducta poco ética, sus misioneros estaban recogiendo una fuerte cosecha espiritual. Por lo tanto, a la vez que había que entrenar a los miembros en tácticas de evangelización más sutiles que el fomentar peleas callejeras, había que satisfacer sus expectativas de que una auténtica iglesia del Nuevo Testamento surgiera de cada traducción de la Biblia. Por lo tanto, cada vez que entraba a trabajar con un nuevo idioma, este instituto supuestamente no-sectario se juraba cumplir con un programa sectario. Abandonar la meta evangelizadora significaría la destrucción de la base financiera de Wycliffe.

A través de su política de '¡Ave César!', el fundador procedió a erigir misiones de fe en el seno de estados extranjeros. Townsend parece haber creído que, para cuando empezara a mostrar su verdadera naturaleza, el ILV ya estaría establecido a los ojos de los hombres tanto como a los de Dios. Al revelarse la verdadera virtud de su grupo, presumiblemente la oposición disminuiría. Cualquier predicador fundamentalista podría haber pronosticado lo opuesto. El evangelismo norteamericano auspiciado por el Estado provocó una ofensa tras otra. Por ello, la protección de sus contratos llegó a ser el mandato perentorio del ILV. [103]

Obligado así a utilizar toda influencia que se le ofreciera, Townsend pronto aprovechó lo que cortésmente se denominaba el sistema interamericano. Charlas amigables con embajadores norteamericanos fueron seguidas por citas en Washington, donde él ofreció los servicios del ILV a cambio de apoyo diplomático. Mientras tanto, a fin de afianzar su base de apoyo en Estados Unidos y protegerse de la sospecha de ser un simpatizante del comunismo, Townsend a veces explotaba el temor a la Amenaza Roja. Un ex-miembro del ILV sugiere que los izquierdistas latinoamericanos no tardaron en identificar a Townsend como un pragmatista y no como ideólogo, y por tanto no lo consideraban un peligro, dijera lo que dijera en su país. De hecho, el fundador tenía menos interés en servir a la política exterior de Estados Unidos que en sacar provecho de ella. Pero muchas de las personas que él introdujo a la organización no podían hacer tan sofisticada distinción. Tomaban su ideología derechista en serio y, en los años sesenta, se enfrentaron en el Sudeste Asiático cara a cara con diablos comunistas de carne y hueso. No debe sorprender, entonces, que el entusiasmo mostrado por el ILV a favor de la intervención norteamericana en esa región, fuera interpretado en América Latina como una clara advertencia de su verdadera naturaleza política.

Notas

{1} Las secciones siguientes se deben en parte a Jan Rus y Robert Wasserstrom (1981) por su comprensión de la diplomacia de Townsend.

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